martes, 30 de diciembre de 2014

DE ORTEGA Y UNAMUNO



 

Antes de terminar el año quiero recordar dos centenarios que tienen que ver con dos publicaciones importantes de nuestras letras contemporáneas. Me refiero a las Meditaciones del Quijote de Ortega y Gasset y a Niebla de Unamuno, ambas de 1914.
Las Meditaciones es el primer ensayo publicado por José Ortega y Gasset (Madrid, 1883-1956), que además dejó inconcluso. Son dos las meditaciones incluidas en la obra: “Meditación Preliminar”, donde expone el autor su método de análisis, y  “Meditación Primera”, en la que trata de la novela. En este ensayo nació la famosa frase “yo soy yo y mi circunstancia”, que empleó el propio Ortega para definirse como persona y como filósofo. He aquí un par de ejemplos referidos a ambas meditaciones:

“El bosque está siempre un poco más allá de donde nosotros estamos. De donde nosotros estamos acaba de marcharse y queda solo su huella aún fresca. Los antiguos, que proyectaban en formas corpóreas y vivas las siluetas de sus emociones, poblaron las selvas de ninfas fugitivas. Nada más exacto y expresivo. Conforme camináis, volved rápidamente la mirada a un claro entre la espesura y hallaréis un temblor en el aire como si se aprestara a llenar el hueco que ha dejado al huir un ligero cuerpo desnudo. Desde uno cualquiera de sus lugares es, en rigor, el bosque una posibilidad. Es una vereda por donde podríamos internarnos; es un hontanar de quien nos llega un rumor débil en brazos del silencio y que podríamos descubrir a los pocos pasos; son versículos de cantos que hacen a lo lejos los pájaros puestos en unas ramas bajo las cuales podríamos llegar. El bosque es una suma de posibles actos nuestros, que al realizarse perderían su valor genuino. Lo que del bosque se halla ante nosotros de una manera inmediata es solo pretexto para que lo demás se halle oculto y distante.” (“El bosque”, Meditación Preliminar”)

“Otro carácter del Renacimiento es la primacía que adquiere lo psicológico. El mundo antiguo parece una pura corporeidad sin morada y secretos interiores. El Renacimiento descubre en toda su vasta amplitud el mundo interno, el me ipsum, la conciencia, lo subjetivo. Flor de este nuevo y grande giro que toma la cultura es el Quijote. En él periclita para siempre la épica con su aspiración a sostener un orbe mítico lindando con el de los fenómenos materiales, pero de él distinto. Se salva, es cierto, la realidad de la aventura; pero tal salvación envuelve la más punzante ironía. La realidad de la aventura queda reducida a lo psicológico, a un humor del organismo tal vez. Es real en cuanto vapor de un cerebro. De modo que su realidad es, más bien, la de su contrario, la material. En verano vuelca el sol torrentes de fuego sobre la Mancha, y a menudo la tierra ardiente produce el fenómeno del espejismo. El agua que vemos no es agua real, pero algo de real hay en ella: su fuente. Y esta fuente amarga, que mana el agua del espejismo, es la sequedad desespera da de la tierra.”  (“La realidad, fermento del mito”, “Meditación Primera” )



En cuanto a la novela de Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936), Niebla, aunque fue escrita en 1907 no fue publicada, como queda dicho, hasta siete años después. En ella, su protagonista Augusto Pérez, alter ego del propio Unamuno, va a quejarse a Salamanca al autor de la novela porque ha decidido acabar con su vida. Durante el diálogo que ambos mantienen Augusto le dice que también morirá porque, así como él es una invención del autor de la novela y este decide cuándo debe morir, Unamuno dejará de existir también porque es un sueño de Dios. Se trata de una novela que desborda todos los márgenes del género porque Unamuno entra en el mundo de la ficción y Augusto sale al mundo de la realidad. He aquí dos muestras: la primera un fragmento del diálogo que ambos mantienen, y la segunda, otro fragmento del pensamiento de Orfeo, el perro de Augusto, al descubrirlo muerto en el Epílogo de la novela:

“--¿Y si te vuelvo a soñar?
--No se sueña dos veces el mismo sueño. Ese que usted vuelva a soñar y crea soy yo será otro. Y ahora, ahora que está usted dormido y soñando y que reconoce usted estarlo y que yo soy un sueño y reconozco serlo, ahora vuelvo a decirle a usted lo que tanto le excitó cuando la otra vez se lo dije: mire usted, mi querido don Miguel, no vaya a ser que sea usted el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo ni muerto... no vaya a ser que no pase usted de un pretexto para que mi historia, y otras historias como la mía, corran por el mundo. Y luego, cuando usted se muera del todo, llevemos su alma nosotros. No, no, no se altere usted, que aunque dormido y soñando aún vivo. ¡Y ahora, adiós!
Y se disipó en la niebla negra. Yo soñé luego que me moría, y en el momento mismo en que soñaba dar el último respiro me desperté con cierta opresión en el pecho.”

“¡Qué extraño animal es el hombre! Nunca está en lo que tiene delante. Nos acaricia sin que sepamos por qué y no cuando le acariciamos más, y cuando más a él nos rendimos nos rechaza o nos castiga. No hay modo de saber lo que quiere, si es que lo sabe él mismo. Siempre parece estar en otra cosa que en lo que está, y ni mira a lo que mira. Es como si hubiese otro mundo para él. Y es claro, si hay otro mundo, no hay este. Y luego habla, o ladra de un modo complicado. Nosotros aullábamos y por imitarle aprendimos a ladrar, y ni aun así nos entendemos con él. Solo le entendemos de veras cuando él también aúlla. Cuando el hombre aúlla o grita o amenaza le entendemos muy bien los demás animales. ¡Como que entonces no está distraído en otro mundo... ! Pero ladra a su manera, habla, y eso le ha servido para inventar lo que no hay y no fijarse en lo que hay. En cuanto le ha puesto un nombre a algo, ya no ve este algo; no hace sino oír el nombre que le puso o verlo escrito. La lengua le sirve para mentir, inventar lo que no hay y confundirse. Y todo es en él pretextos para hablar con los demás o consigo mismo. ¡Y hasta nos ha contagiado a los perros! Es un animal enfermo, no cabe duda. ¡Siempre está enfermo! ¡Sólo parece gozar de alguna salud cuando duerme, y no siempre, porque a las veces hasta durmiendo habla! Y esto también nos ha contagiado. ¡Nos ha contagiado tantas cosas!”

        Buen momento, pues, para releer a estos dos gigantes de nuestra historia literaria que tanto hicieron por elevar nuestra cultura a niveles universales.

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