lunes, 22 de diciembre de 2014

EL AÑO DE LONDRES (2)





Desde que inicié este diario del año de Londres, debo reconocer que la capital británica está presente siempre en mis pensamientos y busco con interés cualquier asunto, tema o noticia que tenga que ver con ella. Pero a veces la casualidad me trae a los ojos la presencia de la ciudad de Dickens o Sherlok Holmes. Anoche, sin ir más lejos, ante lo anodino de la programación televisiva y como preparación para el sueño, nos pusimos a ver un episodio ya comenzado de una de nuestras series favoritas, junto a la de Mentes criminales; me refiero a Castle, cuyo protagonista es un escritor de novelas policíacas que acompaña a una inspectora, de la que está enamorado, a resolver los casos criminales más enrevesados (el de anoche tenía que ver con un diamante fabricado en torno al cual ocurre un extraño asesinato).
Y cuál no sería nuestra sorpresa cuando al acabar dicho episodio, la programación nos ofreció uno de la serie Elementary, otra que nos atrae bastante por la condición extravagante del protagonista, esta vez nada más ni nada menos que Sherlok Holmes, un Sherlok Holmes mucho más joven que el que creó Doyle que trabaja como detective asesor para la policía neoyorkina, acompañado en la serie, para mayor sorpresa de los seguidores del famoso detective, por una doctora Watson de rasgos orientales, bella y tan inteligente o más que el originario galeno.
Pues bien, resulta que en vez de estar el episodio ambientado, como la mayoría de ellos, en Nueva York, transcurre todo él en Londres. Sí, en Londres, porque el detective se ve obligado a ayudar a un viejo colega suyo de Scotland Yard a resolver un caso en el que una mujer es asesinada por un arma fabricada en una impresora de 3D. La trama en este caso era lo de menos; lo que nos importaba de verdad era ver pasar ante nuestros ojos parte del Londres que podremos ver, si Dios quiere, en poco menos de seis meses de verdad, sin intermediarios de ninguna clase. Y allí aparecieron, el Támesis, la Torre, el Parlamento, el Big-Ben, Trafalgar Square… Precisamente en esta singular plaza vemos bajar a Holmes y a Watson por la escalinata de la National Gallery para acercarse a la columna de Nelson a cuyos pies tiene lugar el contacto con alguien que deja en el bolso de la bella doctora un sobre con la relación de impresoras de 3D, una de las cuales era la que había fabricado la pistola de plástico asesina.


 

Después de casi un mes he vuelto a subir a Tossa: sabía que el mar –por las mañanas triste acero, azul sereno por las tardes—me llamaba insistentemente echándome de menos con igual fuerza que yo a él.
Cuando en mi ruta con la bici pasaba por el paseo camino de la Mar Menuda, como hago siempre, vi que los empleados del ayuntamiento estaban cambiando las farolas del paseo. Esa fue la única señal de vida humana que encontré en mi ruta con la bici. Y es que el pueblo se pasa el invierno durmiendo. En cambio, el que no duerme nunca es el mar, que prosigue respirando en las arenas junto a la nerviosa risa de las gaviotas posadas en la isla de la bahía.
Pero aún así disfruto atravesando las calles encerradas en su silencio, esperando impacientes la llegada de otra temporada de turistas. En cuanto a mí, prefiero que los turistas sigan en sus ciudades entregados a sus quehaceres cotidianos, y cuando llegue el verano, que hagan lo que quieran, como si quieren seguir visitando a nuestro pueblo. Masificado entonces, ya no importa gran cosa que haya unos miles de forasteros más.
De momento, yo paso con mi bici por delante de los bares y hoteles cerrados, de las tiendas de recuerdos hechas sólo recuerdo de un verano que fue mágico como todos y, como todos, forma ahora parte del olvido…
Atravieso como una exhalación de un presente poderoso, irrefrenable, este pueblo que ahora por fin puedo decir que es mío, y salgo al aire abierto, aromado de peces que es el mar.

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