viernes, 9 de enero de 2015

HEINE, SACERDOTE DEL DIABLO





Todo empezó el día en que el señor Heine padre repartía, como era su costumbre cada principio de mes, limosnas entre los pobres de su localidad. A un lado de la mesa del despacho, el pequeño Henri asistía a la distribución limosnera que su progenitor llevaba a cabo junto con palabras de ánimo y sabios consejos dirigidos a los menesterosos. Y entre éstos apareció una anciana que tenía fama de bruja entre los habitantes de la población, acompañada de su nieto, un pilluelo redomado que se distinguía, entre otras lindezas, por regalar con su caña, de la que nunca se separaba, con buenos cañazos al pequeño Heine adobados con burlas e insultos, el menor de los cuales era “señoritingo de boñigas de caballo”.
Pues bien, ese día, tras recibir su abuela la limosna correspondiente de manos del señor Heine, le besó la mano y se deshizo en palabras de agradecimiento hacia éste; a continuación alabó la belleza de su hijo, el pequeño Henri y añadió que rezaría a la Virgen María para que nunca padeciera hambre en su vida ni se viera jamás obligado a pedir limosna. No satisfecha con ello, la anciana le pidió a su nieto que besara la mano del niño Heine. El pilluelo obedeció a regañadientes mientras clavaba una mirada de ira y de venganza en la de aquél.
Cuando, acabado el reparto limosnero, la corte de los milagros abandonó la habitación, la anciana niñera de Henri, que había estado presente en el momento en que la vieja bruja se había deshecho en alabanzas hacia la belleza del niño, se despertó en ella la vieja superstición popular según la cual trae mala suerte alabar de ese modo a los niños pequeños porque enseguida enferman o les ocurre alguna desgracia. Y ni corta ni perezosa se acercó a Henri y le escupió, según el rito adecuado para esas circunstancias, tres veces en la cabeza.
Pero el exorcismo no acaba ahí; eso sólo era el principio. Pues según la misma superstición, el sortilegio producido por una bruja sólo podía ser deshecho por otra bruja. Y la anciana niñera cogió al niño y lo llevó a casa de esta segunda bruja, que, al conocer el caso, le cortó a Heine niño unos pelos de la coronilla y le pasó por ella el pulgar derecho mojado con saliva mientras farfullaba palabras ininteligibles a modo de fórmula mágica.
Así fue como Henri Heine se convirtió en sacerdote del diablo. Posteriormente la bruja del exorcismo le puso al corriente de lo más importante de las artes brujeriles. Pero eso es motivo de otro momento.

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