Hoy es el Día del Libro, fecha ideal para acercarnos
al mundo de la literatura simplemente leyendo
un libro, no comprando un libro. Comprar un libro está bien porque es el punto
de partida para lo que viene luego: la placentera soledad de abrirlo y meterse
en el mundo íntimo del que habla su autor. Hablar de libros tampoco está mal,
siempre que se hayan leído antes, claro. Hoy tenía que estar en Barcelona, en
el puesto de la Editorial para poder firmar ejemplares de mi poemario ESTOS
OCTUBRES. A mi no me importa que no me lean a mí; lo que quiero es que la gente
comparta el mundo de los autores, quienes quieran que sean, leyendo sus libros.
Leer amplía la libertad y la humildad, que tanta falta nos hacen una y otra,
especialmente la última. A lo que iba, hoy tenía que estar firmando libros en
Barcelona, pero otros menesteres menos trascendentales me impiden hacerlo. Me
conformaré con darme un paseo esta tarde por mi ciudad hasta los puestos de
libros y adquirir alguno para leerlo. Debo decir que para mí no hay un solo Día del
Libro: todos los días del año son Día del Libro; rara es la jornada que no me encuentre con
un libro en las manos.
Otra cosa. Hoy se entregará el Premio Cervantes al novelista Juan
Goytisolo (Barcelona, 1931). No es que sea un autor que me atraiga demasiado
(más lo hacía sin duda su hermano el poeta José Agustín, muerto ya hace unos
años y autor entre otros del hermoso poema Palabras
para Julia : “Tú no puedes volver atrás/ porque la vida ya te empuja/ como
un aullido interminable. / Hija mía es mejor vivir /con la alegría de los
hombres / que llorar ante el muro ciego. / Te sentirás acorralada, / te
sentirás perdida o sola…”). Pero hoy toca hablar del autor de las novelas Duelo en el paraíso, Señas de identidad o Las virtudes del pájaro solitario, entre
otras, por ser el ganador del último Premio Cervantes y estar a punto de
recogerlo de manos del Rey. Y para ello no encuentro nada mejor que incluir aquí un fragmento de Señas
de identidad, como muestra de respeto hacia el
flamante ganador del Cervantes:
“Idea primera y casi obligada de los
españoles recién desembarcados en el café de madame Berger, con la cabeza llena
de ilusiones y proyectos y el polvo de la Península pegado aún a la suela de
sus zapatos, era la creación de una Agrupación Nacional de Intelectuales en el
Exilio, objetivo ambicioso y lejano cuya primera etapa debía consistir en la
publicación y difusión de una revista de confrontación y diálogo, abierta a las
corrientes políticas, intelectuales y artísticas del mundo moderno. Desde su
llegada a París, Álvaro había asistido a una docena y pico de sesiones previas,
discutido durante veladas interminables el título, formato, consejo de
redacción, presupuesto y colaboraciones, roto viejas amistades, intervenido en
brutales exclusiones, redactado borradores y presentaciones que se habían
acumulado poco a poco en los cajones de su escritorio traspapelados entre los
rimeros de cartas familiares, recortes de periódicos e inútiles guiones de
jamás realizadas películas. Pintores cuyo único timbre de gloria estribaba en
ser primos de Tapies, profesores vetustos a sueldo de pluma académica y nula,
músicos que proclamaban su heroica de- cisión de no escribir una sola nota
hasta la caída del Régimen, toda una extraña fauna de crustáceos amparados en
sus dogmas como guerreros medievales en articulada y brillante armadura, se
reunían en el café de madame Berger para discutir, criticar, desmenuzar,
debatir, pronunciar anatemas feroces y redactar cartas de injuria, aquejados de
una megalomanía incurable y una violenta indigestión de lecturas que se
traducían, de ordinario, en el empleo de fórmulas marxistas desvalorizadas por
sus múltiples y contradictorios usos o de frases invariablemente comenzadas por
la primera persona del singular.
Todo candidato a director futuro del
futuro parlamento de la futura España desplegaba en estas ocasiones una
dilatada elocuencia, remachando las palabras como si fueran clavos _«acciones»,
«luchas», «masas», «desarrollo», «oligarquía», «monopolios», «recrudecimiento»,
«avance»_ y, arrastrado por su propia oratoria _aprendida de otros como el
Padrenuestro y repetida con saña por él_, enunciaba dog- mas sonoros y
rotundos, frases solemnes y teatrales que milagrosa mente crecían como flores japonesas,
se enroscaban de pronto lo mismo que boas, trepaban luego igual que bejucos y,
a punto de morir ya por consunción, se escurrían aún como flexibles y ágiles
enredaderas, como si nunca, pensaba Álvaro, pero que nunca, pudieran tener un
final.”