En el momento en que yo di por terminada esta pintura, una idea me vino a la cabeza. Tanto el cazador como su perro miran a una posible captura que no aparece de ninguna manera en el cuadro. Puede que la presa de caza se halle a la vista de uno y otro y ambos piensen que puede ser suya si el cazador dispara su escopeta y el perro sale en su busca. Pero como yo no veo esa liebre, esa perdiz o lo que sea la presunta pieza de caza que ya consideran suya, porque de este modo he pintado la escena, sin disparos, sin carrera de perro, sin sangre inocente por medio, lo mejor es dejarlos pintados tal cual, como dos cazadores de sueños.
martes, 18 de agosto de 2015
sábado, 9 de mayo de 2015
Estos octubres
A pocos días de haberse celebrado la presentación de mi poemario ESTOS OCTUBRES en El Corte Inglés del Portal del Ángel de Barcelona, aún me dura la alegría que viví entonces. Rodeado de mis familiares y amigos, pude dar rienda suelta a los sentimientos más sinceros que rondaban mi corazón, y cuando leí en voz alta algunos poemas del libro reviví el tiempo de los recuerdos expresados en los versos. Pero lo más importante de aquel mágico momento fue que la poesía detiene el tiempo y une las almas de quienes lo comparten. Gracias por ello.
jueves, 23 de abril de 2015
JUAN GOYTISOLO EN EL DÍA DEL LIBRO
Hoy es el Día del Libro, fecha ideal para acercarnos
al mundo de la literatura simplemente leyendo
un libro, no comprando un libro. Comprar un libro está bien porque es el punto
de partida para lo que viene luego: la placentera soledad de abrirlo y meterse
en el mundo íntimo del que habla su autor. Hablar de libros tampoco está mal,
siempre que se hayan leído antes, claro. Hoy tenía que estar en Barcelona, en
el puesto de la Editorial para poder firmar ejemplares de mi poemario ESTOS
OCTUBRES. A mi no me importa que no me lean a mí; lo que quiero es que la gente
comparta el mundo de los autores, quienes quieran que sean, leyendo sus libros.
Leer amplía la libertad y la humildad, que tanta falta nos hacen una y otra,
especialmente la última. A lo que iba, hoy tenía que estar firmando libros en
Barcelona, pero otros menesteres menos trascendentales me impiden hacerlo. Me
conformaré con darme un paseo esta tarde por mi ciudad hasta los puestos de
libros y adquirir alguno para leerlo. Debo decir que para mí no hay un solo Día del
Libro: todos los días del año son Día del Libro; rara es la jornada que no me encuentre con
un libro en las manos.
Otra cosa. Hoy se entregará el Premio Cervantes al novelista Juan
Goytisolo (Barcelona, 1931). No es que sea un autor que me atraiga demasiado
(más lo hacía sin duda su hermano el poeta José Agustín, muerto ya hace unos
años y autor entre otros del hermoso poema Palabras
para Julia : “Tú no puedes volver atrás/ porque la vida ya te empuja/ como
un aullido interminable. / Hija mía es mejor vivir /con la alegría de los
hombres / que llorar ante el muro ciego. / Te sentirás acorralada, / te
sentirás perdida o sola…”). Pero hoy toca hablar del autor de las novelas Duelo en el paraíso, Señas de identidad o Las virtudes del pájaro solitario, entre
otras, por ser el ganador del último Premio Cervantes y estar a punto de
recogerlo de manos del Rey. Y para ello no encuentro nada mejor que incluir aquí un fragmento de Señas
de identidad, como muestra de respeto hacia el
flamante ganador del Cervantes:
“Idea primera y casi obligada de los
españoles recién desembarcados en el café de madame Berger, con la cabeza llena
de ilusiones y proyectos y el polvo de la Península pegado aún a la suela de
sus zapatos, era la creación de una Agrupación Nacional de Intelectuales en el
Exilio, objetivo ambicioso y lejano cuya primera etapa debía consistir en la
publicación y difusión de una revista de confrontación y diálogo, abierta a las
corrientes políticas, intelectuales y artísticas del mundo moderno. Desde su
llegada a París, Álvaro había asistido a una docena y pico de sesiones previas,
discutido durante veladas interminables el título, formato, consejo de
redacción, presupuesto y colaboraciones, roto viejas amistades, intervenido en
brutales exclusiones, redactado borradores y presentaciones que se habían
acumulado poco a poco en los cajones de su escritorio traspapelados entre los
rimeros de cartas familiares, recortes de periódicos e inútiles guiones de
jamás realizadas películas. Pintores cuyo único timbre de gloria estribaba en
ser primos de Tapies, profesores vetustos a sueldo de pluma académica y nula,
músicos que proclamaban su heroica de- cisión de no escribir una sola nota
hasta la caída del Régimen, toda una extraña fauna de crustáceos amparados en
sus dogmas como guerreros medievales en articulada y brillante armadura, se
reunían en el café de madame Berger para discutir, criticar, desmenuzar,
debatir, pronunciar anatemas feroces y redactar cartas de injuria, aquejados de
una megalomanía incurable y una violenta indigestión de lecturas que se
traducían, de ordinario, en el empleo de fórmulas marxistas desvalorizadas por
sus múltiples y contradictorios usos o de frases invariablemente comenzadas por
la primera persona del singular.
Todo candidato a director futuro del
futuro parlamento de la futura España desplegaba en estas ocasiones una
dilatada elocuencia, remachando las palabras como si fueran clavos _«acciones»,
«luchas», «masas», «desarrollo», «oligarquía», «monopolios», «recrudecimiento»,
«avance»_ y, arrastrado por su propia oratoria _aprendida de otros como el
Padrenuestro y repetida con saña por él_, enunciaba dog- mas sonoros y
rotundos, frases solemnes y teatrales que milagrosa mente crecían como flores japonesas,
se enroscaban de pronto lo mismo que boas, trepaban luego igual que bejucos y,
a punto de morir ya por consunción, se escurrían aún como flexibles y ágiles
enredaderas, como si nunca, pensaba Álvaro, pero que nunca, pudieran tener un
final.”
martes, 7 de abril de 2015
DEL LIBRO Y SUS ORILLAS
Ahora que se acerca el Día del Libro, me parece oportuno incluir en la presente entrada unos cuantos aforismos relacionados con el libro y la lectura, tan menospreciados en nuestro país, que por otra parte es uno de los que más libros compran (¿para regalar?).
“El libro es el recuerdo de algo vivo que nunca
morirá.”
“Un libro de poesía siempre ayuda a conocer los
rincones más íntimos de su autor.”
“El libro es una realidad más infalible que nuestra
propia vida y, por ende, más duradera
que nuestro propio tiempo.”
“Cuando empiezo a escribir un libro, me sucede lo
mismo que cuando voy a iniciar un viaje, en el que la aventura y la ilusión son
mis dos guías principales.”
“Al libro no le importa la muerte porque nació para
vivir siempre. Lo que quiero decir es que, aunque el propio autor muera algún
día (de eso no se libra nadie), siempre habrá un lector en cualquier lugar del
mundo que lo abra y le dé vida por muchos siglos que pasen.”
“No hay recetas para escribir un libro. El libro sale
del alma y el corazón del autor, y ni el alma ni el corazón saben de reglas
impuestas.”
“El libro es una soledad que acompaña a otra
soledad.”
miércoles, 25 de marzo de 2015
BLANCA PORTILLO: PASIÓN DE TEATRO
María de Nazaret, mujer sencilla y amante de su casa y su
familia, no entiende que el hijo que nació de sus entrañas sea llamado por
otras gentes el Hijo de Dios. Y se rebela y grita que eso no es así; nos lo
grita a nosotros, los espectadores del Teatre Lliure en uno de los momentos
fundamentales de la función, casi al final, cuando se enciende la luz total de
la sala y nosotros nos convertimos, por obra y gracia de la magia de la imaginación, en silenciosos actores (ejemplo excelente de
la interacción teatral), en privilegiados interlocutores de la actriz. Blanca Portillo
abandona la tarima cubierta de paja, en la que hasta ahora se ha desarrollado la
acción dramática, para arrimarse a la primera fila de butacas y hablarnos de la muerte atroz de su hijo. “Que ha muerto
para salvar al mundo. ¿Salvarlo de qué? ¿De la muerte? La muerte de mi hijo, no
la muerte del que llaman Hijo de Dios, no ha valido para nada.” Palabras
iconoclastas para la tradición católica que nos dejan sin respiración. Luego
vuelve a jugar su papel la luminotecnia teatral al uso, y María de Nazaret,
mujer vieja y desilusionada, dolorida y arrepentida de haber huido de la colina
donde su hijo ha muerto clavado en una cruz ante la indiferencia de quienes
ocupan el lugar jugando a los dados o preparándose la comida como si fuese aquello una excursión
al campo; confiesa que tuvo miedo y como una madre desnaturalizada huyó de allí,
en vez de quedarse para acoger a su hijo muerto en el regazo, acariciarle y
lavarle las horribles heridas de los clavos en pies y manos y la de la corona
de espinas en la frente, antes de envolverlo en sábanas limpias para cumplir
con su piadosa labor de darle sepultura…
Ahora, con el paso del tiempo, María lo recuerda
todo con un dolor tan grande, con un arrepentimiento tan lacerante, que sólo
desea dormir para siempre y descansar de una vez. Con parsimonia de ritual se
despoja de su ropa negra y se queda en blanco camisón; se acerca a la hamaca
que ha tendido previamente (todos los movimientos de la actriz están medidos
y obedecen a las necesidades escenográficas: descorrer la trampilla del pozo, pasar el rastrillo, abrir la puerta para asomarse, abatir la ventana
para coger el frutero con manzanas, subirse a la escalera, apagar la vela que
arde sobre la mesa fija, extraer la mesa plegable de la misma tarima o la
estatua de la diosa Artemisa, oculta en una trampilla cubierta de paja, y tantas
idas y venidas por el escenario, acostarse, cubrirse con la ropa que lleva
puesta…); se acerca a la hamaca y se acuesta en ella para esperar tranquila su
muerte. El fundido total… y al hacerse de nuevo la luz, Blanca Portillo,
resucita para recibir los aplausos de los espectadores, totalmente entregados a
su impecable trabajo de actriz que ha sabido acercarnos una María de Nazaret,
diferente a la que la tradición católica nos había ofrecido siempre, pero que,
visto lo visto en escena, nos convence, al menos a mí. Y es que primero Colm Tóibín,
el autor de la novela original, y luego Agustí Villaronga, director y guionista de la obra, han sabido
convertirla en una humilde madre terrenal, con sus miedos y prejuicios, sus
virtudes y defectos, una madre sencilla, que sólo entiende de hablar con las
vecinas, preparar la comida o ir al pozo por agua, una madre al uso que ha
perdido a su hijo de un modo incomprensible y cuya muerte ha estado rodeada de
intrigas sociales, políticas y religiosas.
Además del mencionado Villaronga, hay que contar con el resto del equipo para
explicar el éxito de EL TESTAMENTO DE MARÍA: la escenografía
de F. Amat, el vestuario de M. Paloma, la iluminación de Civit, el sonido de
Ariel y la música de Gerrad; todo el equipo, digo, se ha coordinado milimétricamente
para hacer posible que la actriz Blanca Portillo, en realidad el alma del milagro
teatral, brille con luz propia. Lo confirman plenamente sus mencionados movimientos en la escena, sus
gestos, sus silencios, sus modulaciones de voz, perfectamente adecuados a los
diversos momentos de tensión y dramatismo, incluidos aquellos en que encarna
las voces de otros personajes invisibles, la vecina Farina, el primo Marcus, Marta
y María, las hermanas de Lázaro, Míriam o el propio Jesús (palabras duras e
inquietantes pronunciadas durante la imprescindible boda de Caná: “Mujer, yo no
tengo nada que ver contigo”), o en pequeños diálogos que salpican aquí y allá
la representación (si la obra tiene algún defecto, sería éste).
Una obra, en
suma, redonda, en la que destaca sin duda la interpretación, soberbia, de
Blanca Portillo, que ha demostrado a mi juicio la pasión que hay que verter en
el teatro, para que éste adquiera la altura que esperamos todos los amantes de
la escena. Aunque se trate de un monólogo seguido de casi hora y media. ¡Más mérito, imposible!
lunes, 23 de marzo de 2015
VARIACIONES DE UN POEMA ANTIGUO
I
En otro tiempo de agua ya vivida
invitaba a la gente en primavera
a que saliera al campo y aspirara
los aromas que brotan de la tierra
y el aire en faldas gráciles transporta;
son puras esperanzas, ganas nuevas
de vivir libremente, abrir el alma
a esa luz renovada que nos llega.
II
Yo vengo ahora del campo y traigo flores
de rincones donde antes hubo ausencias,
sólo tierra callada, tierra humilde
que esperaba también su primavera.
Y yemas inflamadas de futuro
que el invierno tapió de honda tristeza.
Yo vengo ahora del campo y traigo nuevos
latidos que son ya existencias nuevas.
III
Sube la primavera lentamente
por las húmedas gradas de la tierra,
por las raíces engendradoramente…
Y baja por la cálida escalera
del aire luminosa, libremente
con todo su esplendor de canto y siembra.
Y llega hasta nosotros de repente,
como una generosa bruja buena.
IV
Primavera: fecundidad y asombro,
humanidad solemne de la tierra.
Trueno repentino, impetuosa lluvia,
súbito sol y viento sin cadenas,
del alto chopo pasmo tembloroso
y cálida emoción de la hoja nueva
al verse de repente en el paisaje
llena de luz y de esperanza llena.
V
Eres, marzo, primavera y nido,
ave migratoria y volandera,
vellón de lana de merino anclado
en ramas de una zarza mañanera.
Eres, marzo, silente crecimiento
y estallido de rosas en las huertas.
Eres en fin la cálida esperanza,
el alma del aroma insatisfecha...
VI
Si puedes, sal al campo. Espera todo
desnudo desde el cielo hasta la tierra,
desnudo y perfumado, como un niño
que acaba de nacer en primavera.
Recorre los senderos, sube al monte,
desciende hasta el rumor de la riera.
Y déjate abrazar por esta brisa
que sabe a corazón y a luz materna.
VII
Si puedes, sal al campo y en tus manos
recoge amante un buen montón de tierra
y goza con su tacto: alienta en él
calor de altas raíces, luz de siembra.
Escucha atentamente los mil cantos
de pájaros alegres que ahora sueñan
después de haber estado tanto tiempo
callados y escondidos en la ausencia.
VIII
Si puedes, sal al campo, ya es la hora.
No tienes que hacer nada. Sólo observa
cómo las yemas de la vida estallan
en brillantes, limpísimas hojuelas.
Obsérvate a ti mismo, rodeado
de una luz especial, de una existencia
especial, animada y religiosa,
brotada de la joven primavera.
IX
Tu nombre, abril, campanillea alegre,
se alboroza en un júbilo de fiesta
y en aire perfumado que anda libre
entre las mansas flores de la huerta.
Pero también, abril, tu nombre llora
a lágrima tendida en la tormenta,
porque eres a la vez mes de la cuna
y de la sepultura siempre abierta.
X
Desfila por las calles retorcidas
de las ciudades castellanas viejas
el cuerpo derrotado del Yacente
entre velones de llorosa cera.
Le acompañan en fríos adoquines
descalzos pies y roces de madera,
mientras suenan sollozos de tambores
y plegarias bajo la noche negra.
XI
Pero en ti la luz, abril, sigue a la sombra.
Y la espiga junto a las flores muertas
bien viva se levanta. Dios de nuevo
está por todas partes con su fiesta
de brillos y pujanzas; vuela el aire
en música de amor por las florestas.
Todo está en ti, abril adolescente:
pena y asombro, júbilo y condena.
lunes, 16 de marzo de 2015
500 PALABRAS (2)
FANTASÍA EN COMPAÑÍA DE ANTHONY PERKINS
Anthony Perkins, de repente al mirarme de frente y
verse sorprendido en plena acción, se convirtió en sombra; no, en nube que el
viento de diciembre esfumó en la alcoba, mientras la última hoja del calendario
del siglo se desprendía de la pared y caía fulminada al suelo. Era ya la hora
de cerrar el siniestro motel. La noche se puso su capa de muerte y atravesó el
páramo inhóspito de la trasera del caserón, dejando a Norman sembrando en las
habitaciones abandonadas días sin futuro, cuchillos cansados de sangre de
mujeres aventureras, alcachofas de duchas oxidadas, cortinas de bañeras
rasgadas por el odio, fajos de billetes podridos y pelucas de madres
desaparecidas.
Anthony Perkins, de repente al mirarme de frente y
verse sorprendido en plena acción, se convirtió en fantasma de juzgado; no, en una
de aquellas palabras surrealistas que Kafka escribía con el dedo en el cristal
empañado de diciembre, mientras la aldaba altísima se deshacía como un caramelo
en la negra boca de la noche de Praga, sin que el acusado lograra a alcanzarla
con sus dedos ortopédicos. Era ya la hora de que Jan y los suyos se bajaran del
monumento de la Plaza y se perdieran por las callejuelas que dan al Moldava, en
busca de una cerveza amarga para ahogar su infortunio de bronce. La lluvia se
puso su ropa más triste y se fue a llover sobre las lápidas del cementerio
judío, dejando a Joseph K. condenado a morir en la cantera donde dos verdugos,
tras pedirle que se quitara la ropa, le entregaron un cuchillo para que se
suicidara.
La tercera y última vez que vi de frente a Anthony
Perkins y se vio sorprendido en plena acción, me miró primero con su cara de
niño y luego bajó la cabeza para mirarme desde abajo, desde aquellos ojos
llenos de odio; no, de miedo, desde algunos años más tarde, cuando la
enfermedad más terrible del siglo que se iba, entró en su cuerpo y lo destruyó
como a un cine devorado por las llamas. Era ya la hora de cerrarle los ojos
para que su alma encontrara el camino interior de su partida mientras el mundo
se borraba en los cristales de la ventana de su habitación y las batas blancas de
los médicos se deshacían en los pasillos como mariposas chamuscadas por la
tristeza. El día se vistió con severa ropa de luto y olvido y se fue al círculo
de los cipreses que esperaban impacientes a comenzar con ellos el rezo de las
despedidas, dejando que el alma de Norman, de Joseph K, de Anthony Perkins
regresara a su mejor cuerpo, aquel que lució en la pantalla junto a Jean
Simmons, en La actriz, que con La túnica sagrada había logrado uno de sus más
grandes reconocimientos. Fue entonces cuando descubrió que sus amores más
grandes los tendría con otros hombres, y con esa última imagen del deseo, se me
borró en el sueño.
martes, 10 de marzo de 2015
LA PRIMAVERA HA VENIDO
Descorro la cortina,
y una luz rosada entra de golpe:
el pruno ha comenzado
a abrir su primavera. Marzo avanza,
y el aire se perfuma con sus flores.
Otra vez el árbol del jardín
me asombra con su mágica alegría
de pétalos rosados y hojas rojas.
No puedo remediar sentirme el alma
bullendo nuevamente entre mis huesos.
Es ver al pruno abrir su primavera,
y sentir otra vez la mía viva
muy dentro de este otoño que me lleva.
La primavera ha venido,
y sé cómo ha sido.
lunes, 9 de marzo de 2015
500 PALABRAS (1)
Una llave por si acaso
Llegó muy tarde a casa. Las luces de la calle estaban todas
apagadas. A ella no le extrañó nada porque más de una vez había ocurrido lo
mismo. Sacó del bolsillo la llave de la puerta y la metió en la cerradura. No
se abre, dijo tras hacer dos o tres intentonas. Padre la habrá dejado puesta antes
de irse a dormir. Entraré por el garaje. Siempre llevo en el bolso el mando a
distancia del túnel y una llave de la puerta de hierro por si acaso. Siempre
que salgo de noche, me ocurre alguna. Recuerdo la noche del baile de la fiesta
mayor del pueblo; cuando regresé a casa me encontré a papá esperándome fuera en
la calle, delante de la puerta, borracho como una cuba, y empezó a insultarme a
voces hasta que los vecinos se despertaron y lo convencieron para que se
volviera a la cama a dormir la mona. La chica se pidió calma a sí misma. Es
mejor que lo olvides; recuerda por otra parte que todo acabó bien gracias a
Dios. Luego añadió: Espero que hoy acabe por lo menos igual que entonces. Y
echó a caminar hacia el final de la calle, donde se hallaba la puerta del túnel.
Poco antes de llegar, la chica accionó el mando a distancia y la puerta, tras
un crujido inicial, empezó a moverse con ruidos espasmódicos. Cuando llegó a
ella había un espacio suficiente para poder pasar por debajo. Descendió por la
rampa y recorrió el espacio que la separaba de la puerta del garaje individual
en medio de un silencio casi absoluto, sólo roto por el ruido de sus pasos y el
de la puerta general que iniciaba su cierre con sus peculiares ruidos
espasmódicos. La chica metió la llave en la cerradura y luego tiró del borde
inferior hacia arriba para franquear el paso. No había luz tampoco en el
garaje. Y ahora esto. Y encendió el móvil para utilizarlo como linterna. Bajó
la puerta de nuevo y se dirigió, con el móvil en ristre, hacia la puerta de
incendios que comunicaba con la vivienda. Movió el pomo varias veces sin que la
puerta cediera. Lo que faltaba. También esta puerta tiene la llave dada. Pero
es lógico. Papá por las noches, antes de irse a dormir, tiene la costumbre de
cerrarla. No sé cómo no he caído en la cuenta. ¿Y ahora que hago? ¿Y si a papá
le ha pasado algo? Desde que mamá se fue, ha perdido muchas facultades ¿Cómo
arreglo la situación? Se golpeó la frente. Sólo me queda una cosa: llamarlo por
el móvil; me da mucha pena despertarlo, pero no hay otro modo de que baje a
abrirme esta puerta. Y lo llamó. El padre despertó sobresaltado. ¡Vaya, mi hija
vuelve a las andadas! Desde que se mató en accidente de coche tras una noche de
marcha, no me deja vivir. Ahora aparecerá su madre a inundarme la cama con sus
lágrimas.
martes, 3 de marzo de 2015
RELÁNGRAFOS
El novelista se puso a escribir la nueva novela que
había pensado a fondo durante meses y tenía anotada al detalle en múltiples
fichas. Y no había acabado aún el primer párrafo, cuando recibió una llamada
telefónica. Desde el otro lado de la línea una voz desconocida, que se
presentó como el protagonista de su novela, le dijo que había empezado mal el
relato, ya que el crimen que había planeado situar en el capítulo siguiente
había tenido lugar ya, y que él, como el policía elegido para resolver el caso,
acababa de dar con la pista del asesino. El novelista colgó molesto el teléfono
por creer que todo se debía a una broma de mal gusto y siguió escribiendo su
novela. Pero a los pocos segundos, alguien empezó a llamar insistentemente a la
puerta de su habitación. Sin perder la compostura abrió la puerta para ver
quién era ahora el que osaba interrumpir su trabajo y se encontró de sopetón
con un hombre que, provisto de una placa, le soltó a bocajarro: “Queda usted
detenido por el asesinato de Míster X.”
El primer verso suele ser el más difícil de encontrar.
Es como la llave que abre el arcón de las palabras que constituyen el resto del
poema.
Viajar es convertir la rutina de la vida diaria en un
aliciente misterioso para vivir de otro modo durante un tiempo.
El policía, que no era más que el protagonista de una
novela que aún no había acabado el novelista, se tuvo que conformar con ver al
asesino desaparecer en la niebla de la mañana que aún no había amanecido.
Cada vez le ocurre más al poeta el hecho de escribir
un verso que cree nuevo cuando ya forma parte de algún poema de alguno de sus
libros publicados. Hay otra cosa peor: que ese verso sea fruto de la lectura de
otro poeta.
En los hoteles ocurre algo curioso: en vez de sentirse
el hospedado más sociable y abierto con los demás, que sería lo lógico en un
ambiente donde lo comunitario tiene mayor incidencia, busca con más celo la
oportunidad insoslayable de fomentar la soledad.
Preparar las maletas antes de emprender un viaje es
como ponerse a leer una novela de la que nunca se ha oído hablar antes.
¿Qué piensas del que te mira desde el fondo del espejo
y te sonríe condescendiente? Yo a veces pienso que se trata de quien me hubiera
gustado ser y que nunca seré. Claro que un hecho me consuela, y es que él no
puede, por ejemplo, meterse en el mar como yo, o leer o escribir o hacer
cualquier cosa de las que me siento orgulloso pese a ser peor que el que me
aguarda siempre dentro del espejo.
Si Fermín de Pas hubiera tenido una infancia más
feliz, liberado un tanto de las faldas opresoras de su madre, seguramente no
habría intentado nunca apoderarse del cuerpo y el alma de Ana Ozores; creo que
ni siquiera habría entrado en el seminario para hacerse sacerdote. Pero por
otra parte, Clarín no habría dado con su personaje para escribir como debía La
Regenta.
El novelista, pese a tener bien pensada la trama de su
relato, no puede evitar casi nunca que alguno de los ingredientes narrativos
que combina en su obra no salga como había planeado. Unas veces es el espacio
donde se mueven los personajes, el cual intenta explicar y justificar su
comportamiento según sea sórdido o saneado, opresor o liberal; otras, el tiempo
que regula y ordena las acciones de los personajes según la lógica o la
importancia de las mismas; y otras veces, son los propios personajes quienes se
rebelan contra los designios de su autor atendiendo a las situaciones que el
propio argumento, con sus causas y efectos, va creando a su paso. De ahí que,
en ocasiones, el novelista se lamenta de que en su quehacer literario no sea
Dios, que siempre en su terrible omnipotencia tiene bien atados los destinos de
sus criaturas desde que nacen hasta que mueren y nada pueden hacer para
evitarlo, salvo el adelantar su propia muerte con el suicidio voluntario, que a
veces falla también, lo que da la razón al verdadero Novelista de la Vida.
Sólo los novelistas buenos entienden por qué eso es
así. Dios escribe la realidad; el novelista la inventa. De otro modo: Dios
escribe vida; el novelista, ficción.
Caperucita se salió del sendero de su bosque y se
encontró en otro lugar del bosque con Alicia. Algo no iba bien. O Perrault se
compadeció de la niña cambiando de golpe el lobo por el conejo. O Levis Carrol
quiso de repente cambiar la suerte que tenía su protagonista y la puso a prueba
para ver cómo lograba burlar los colmillos del lobo. Hay una tercera opción: la
tradición popular se cansó de tanta ñoñería y echó al ruedo de la perdición a
las dos muchachas confiando en que la astucia innata de la infancia las hiciera
capaces de salir airosa de los peligros que la rodean. En un mundo como el de
hoy hasta los más pequeños saben cómo hacerlo. Tampoco hay que insistir
demasiado.
En la hidroterapia el agua está obligada a funcionar
en contra de su naturaleza para intentar curar la nuestra.
Cuando canta Sade, el marqués de su mismo nombre,
dueño y maestro de la crueldad sin límites, se ve obligado a huir a las selvas
del olvido. La música que acaricia la sedosa voz de Sade nos hace sentir y pensar
como en la infancia, como si fuéramos dueños y maestros de los misterios de la
vida sencilla de arboledas cuajadas de pájaros y tardes largas de verano donde
la noche llega con pasos y rostros amables de personajes de cuento.
Lo más difícil de un poema no es escribirlo: es
empezarlo bien y, aún más, acabarlo mejor. He aquí un ejemplo de poema bueno,
con buen principio y mejor final:
“Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.”
Nótese la repetición del vocativo dirigido a Dios en
los cuatro versos de este pequeño gran poema de Antonio Machado, y de qué modo
tan estratégico los sitúa el poeta dentro de él: encabezando los versos de los
extremos con “Señor” y sin olvidar mencionarlo en medio de los otros dos.
Modelo de eficacia, ¿no?
Decía Borges que no se podía imaginar un mundo sin
libros, y tenía razón. Pero menos se puede imaginar un libro que no cuente con
algún aspecto del mundo.
Bailan y bailan las medusas en las olas con la música
eterna del mar hasta agotarse; finalmente, sólo quedan sobre la arena sus
faldas hawaianas.
Tras vivir junto a su amada la sensación vivísima de
un momento único en la playa, el cerebro y el corazón del poeta unieron
imperiosamente sus respectivas capacidades para identificar con palabras la
emoción sentida. La atención y la búsqueda de un rato intensísimo en que el
poeta no vivía otra cosa, dio a luz este verso:
“Besa süave la brisa tu blusa…”
El esfuerzo mental, sin embargo, había sido tan
agotador que, el poema recién comenzado se quedó tal cual, sin continuación,
temblando en ese extraño endecasílabo (diéresis en la tercera sílaba) surgido
de una aliteración que intentaba imitar un fenómeno físico.
La diferencia entre la labor narrativa y la labor
poética es mayor de lo que se piensa. Mientras el novelista siempre está
dispuesto a dar una nueva versión al relato que está escribiendo y, de hecho,
muchas veces suele utilizar el material narrativo con que cuenta, el poeta no
puede disfrutar de esa opción. El material poético que intenta modificarse sólo
puede provocar dos situaciones: que el poema resultante sea irremisiblemente
otro o que se deseche totalmente y pase a alimentar las papeleras del olvido.
Lo que quiero decir es que, si Machado, en caso de que
pudiera, intentara modificar el material poético que constituye el magnífico
poema de cuatro alejandrinos que más arriba reprodujimos, sin duda alguna el
poema resultante sería otro, porque la forma es la que justifica el contenido
forjado (la poesía es unión inseparable de fondo y forma, no se olvide).
Lo que sí puedo hacer yo, si soy capaz, es continuar
escribiendo el poema que espera en la sombra tras el verso “Besa süave la brisa
tu blusa”.
Un baile bien bailado es como un poema bien escrito.
La forma se amolda al contenido. Los pasos de los bailarines siguen
elegantemente el ritmo que marca la música. Las palabras elegidas están
impregnadas de belleza, emoción y eufonía.
El novelista clásico se parece a Dios. La obra creada
por él explica su existencia. El Quijote justifica la existencia de Cervantes.
La existencia de Dios está patente en la perfección del universo. Para siempre
uno y otro hablarán en sus respectivas creaciones. Para bien o para mal.
El primer verso marca el ritmo y la medida de los
demás que formarán con él la estrofa, en primer término, y, finalmente, el
poema. De ahí que sea tan importante acertar con el que abre la composición.
Aunque, claro está, también puede suceder, como hemos visto más arriba, que
todo se quede en el arranque.
En la oxigenoterapia me veo como un buzo tendido en
una hamaca que, en vez de ver las profundidades del mar, ve las profundidades
del pensamiento. Cuando, una vez acabada la sesión, salgo a la superficie, me
parece estar volviendo de un viaje espacial del que sólo recuerdo el sonido
sideral del oxígeno perfumado.
En la playa, por unos minutos, mientras pisaba las
huellas de quienes me antecedían en el paseo por la arena mojada de la orilla,
he notado que tenía pensamientos y figuraciones impropias de mí, como si de las
pisadas ocupadas por las mías subieran las ideas y los pensamientos de sus
dueños piernas arriba hasta alojarse en mi cerebro. Ha sido una sensación
horrible como si yo, en vez de ocupar, estuviera siendo ocupado por
personalidades diferentes. Menos mal que el oleaje, al borrar las huellas que
esperaban con ansiedad mis pies, borró también de golpe el aluvión de
pensamientos ajenos que, por minutos, habían poseído mi mente. Aliviado, apreté
con ternura la mano de mi mujer, que caminaba a mi lado. Me miró con sorpresa y
me preguntó qué me pasaba. Le contesté: “Nada, querida; figuraciones mías.”
Las medusas muertas sobre la arena me recuerdan
implantes de senos desechados. Es más: un pensamiento atroz ha venido a mi
encuentro. De repente todas las bañistas, oprimidas por la silicona que rellena
sus senos, se han desprendido del relleno, y el mar en sus vaivenes lo ha
depositado en la orilla.
Si en la novela es la acción su principal ingrediente,
en la poesía quien prima es la emoción musicada, el sentimiento humano vestido
de lirismo y belleza. Un paso más y diríamos que en el teatro es el carácter
humano quien mueve a la acción y expresa sus pasiones muchas veces con elegancia
y bellas palabras. Para no dejar huérfano al ensayo, podríamos decir de él que
hace teoría de todos los géneros anteriores y prueba que existen con argumentos
que en ocasiones encierran también elegancia y belleza.
Otro rasgo que diferencia al novelista del poeta es
que el primero debe conocer previamente qué va a contar. Al poeta sólo le basta
intuición para descubrir el contenido de su escrito y máxima concentración para
hallar las palabras exactas que lo vistan adecuadamente. De ahí que el cómo sea
más importante en la poesía que en la novela.
Un ejemplo. Un novelista nos diría de un arpa que está
abandonada en lo más oscuro de un rincón más o menos eso, con más palabras o
con algún que otro detalle. Bécquer escribe esta magnífica estrofa:
“Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.”
Míster X no es Míster X. Tiene nombre y apellidos. Y
un domicilio. Y una familia. Y un trabajo. Y alguna que otra afición. Y algún
amigo. El novelista así lo tiene consignado en varias de sus múltiples fichas.
Adelantamos su nombre porque es muy significativo: Bonifacio Toro Manso. El
hombre nunca rompió un plato en su vida y todo lo que hacía parecía estar
santificado; de ahí que el nombre de Bonifacio le viniera que ni pintado. En
cuanto a sus dos apellidos, quedan claramente justificados en la novela. Sabido
de toda la comunidad era que apenas podía entrar por la puerta de entrada del
edificio por la envergadura de los cuernos que su mujer le había puesto años
atrás con el administrativo de la Notaría del pueblo. ¡Pobre, hasta la X de su
primer nombre presenta cuernos en los cuatro puntos cardinales!
Viendo que no llegaba Caperucita por el sendero del
bosque, y a la que acechaba detrás de un árbol desde horas atrás, el lobo
empezó a aullar desesperado. Se veía ya sin papel en el cuento que Perrault
había tramado para él. Por eso, sin dejar de aullar, pidió desde lo más hondo
de su desgraciado aunque perverso corazón que al menos Rodríguez de la Fuente le
diera una pequeña oportunidad en su programa de televisión, aunque fuera
corriendo por las solitarias cumbres de la Sierra de la Culebra, enmarcada su
oscura silueta por la amarillenta luz de la luna.
Una nota discordante en una sinfonía es como un ripio
infame en un poema. Y lo malo es que, una vez producido el fenómeno (la
audición musical finalizada y la composición poética publicada), ni una ni otro
tienen arreglo.
¿Cómo es que, siendo el amor inmortal y sublime, como
demuestran los filósofos griegos, y el sexo mortal y mezquino, el primero
necesita al segundo para hacerse más humano, mientras que el sexo campa por sus
respetos sin necesitar para nada al elevado amor?
Los gorriones, buscando las migas caídas de la mesa,
son como los poetillas que alimentan sus “creaciones” con lo que desechan los
buenos poetas.
Marianela, la de don Benito Pérez Galdós, es la
belleza exclusiva para ciegos.
La religión de la Naturaleza nos demuestra que el
cielo está en nuestros sentidos.
¿Qué es más importante en la mujer: su belleza física
o su belleza moral? El hombre enamorado ve la segunda reflejada en la primera.
El hombre prosaico y egoísta, deja a un lado la belleza moral para dedicarse de
lleno a disfrutar de la física.
Muchas veces la luz repentina nos devuelve
paradójicamente a las tinieblas.
Entre el tic y el tac se le acabó el tiempo.
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