Antes de terminar el año
quiero recordar dos centenarios que tienen que ver con dos publicaciones
importantes de nuestras letras contemporáneas. Me refiero a las Meditaciones del Quijote de Ortega y
Gasset y a Niebla de Unamuno, ambas
de 1914.
Las Meditaciones es el primer ensayo publicado por José Ortega y Gasset
(Madrid, 1883-1956), que además dejó inconcluso. Son dos las meditaciones
incluidas en la obra: “Meditación Preliminar”, donde expone el autor su método
de análisis, y “Meditación Primera”, en
la que trata de la novela. En este ensayo nació la famosa frase “yo soy yo y mi
circunstancia”, que empleó el propio Ortega para definirse como persona y como
filósofo. He aquí un par de ejemplos referidos a ambas meditaciones:
“El bosque está siempre un poco más allá de donde nosotros estamos. De
donde nosotros estamos acaba de marcharse y queda solo su huella aún fresca.
Los antiguos, que proyectaban en formas corpóreas y vivas las siluetas de sus
emociones, poblaron las selvas de ninfas fugitivas. Nada más exacto y
expresivo. Conforme camináis, volved rápidamente la mirada a un claro entre la
espesura y hallaréis un temblor en el aire como si se aprestara a llenar el
hueco que ha dejado al huir un ligero cuerpo desnudo. Desde uno cualquiera de
sus lugares es, en rigor, el bosque una posibilidad. Es una vereda por donde
podríamos internarnos; es un hontanar de quien nos llega un rumor débil en
brazos del silencio y que podríamos descubrir a los pocos pasos; son versículos
de cantos que hacen a lo lejos los pájaros puestos en unas ramas bajo las
cuales podríamos llegar. El bosque es una suma de posibles actos nuestros, que
al realizarse perderían su valor genuino. Lo que del bosque se halla ante
nosotros de una manera inmediata es solo pretexto para que lo demás se halle
oculto y distante.” (“El bosque”, Meditación Preliminar”)
“Otro carácter del Renacimiento es la primacía que adquiere lo
psicológico. El mundo antiguo parece una pura corporeidad sin morada y secretos
interiores. El Renacimiento descubre en toda su vasta amplitud el mundo
interno, el me ipsum, la conciencia, lo subjetivo. Flor de este nuevo y grande
giro que toma la cultura es el Quijote. En él periclita para siempre la épica
con su aspiración a sostener un orbe mítico lindando con el de los fenómenos
materiales, pero de él distinto. Se salva, es cierto, la realidad de la
aventura; pero tal salvación envuelve la más punzante ironía. La realidad de la
aventura queda reducida a lo psicológico, a un humor del organismo tal vez. Es
real en cuanto vapor de un cerebro. De modo que su realidad es, más bien, la de
su contrario, la material. En verano vuelca el sol torrentes de fuego sobre la
Mancha, y a menudo la tierra ardiente produce el fenómeno del espejismo. El
agua que vemos no es agua real, pero algo de real hay en ella: su fuente. Y
esta fuente amarga, que mana el agua del espejismo, es la sequedad desespera da
de la tierra.” (“La realidad, fermento
del mito”, “Meditación Primera” )
En cuanto a la novela de Miguel de Unamuno (Bilbao,
1864-Salamanca, 1936), Niebla, aunque
fue escrita en 1907 no fue publicada, como queda dicho, hasta siete años
después. En ella, su protagonista Augusto Pérez, alter ego del propio Unamuno,
va a quejarse a Salamanca al autor de la novela porque ha decidido acabar con
su vida. Durante el diálogo que ambos mantienen Augusto le dice que también
morirá porque, así como él es una invención del autor de la novela y este
decide cuándo debe morir, Unamuno dejará de existir también porque es un sueño
de Dios. Se trata de una novela que desborda todos los márgenes del género
porque Unamuno entra en el mundo de la ficción y Augusto sale al mundo de la realidad.
He aquí dos muestras: la primera un fragmento del diálogo que ambos mantienen,
y la segunda, otro fragmento del pensamiento de Orfeo, el perro de Augusto, al
descubrirlo muerto en el Epílogo de la novela:
“--¿Y si te
vuelvo a soñar?
--No se sueña
dos veces el mismo sueño. Ese que usted vuelva a soñar y crea soy yo será otro.
Y ahora, ahora que está usted dormido y soñando y que reconoce usted estarlo y
que yo soy un sueño y reconozco serlo, ahora vuelvo a decirle a usted lo que
tanto le excitó cuando la otra vez se lo dije: mire usted, mi querido don
Miguel, no vaya a ser que sea usted el ente de ficción, el que no existe en
realidad, ni vivo ni muerto... no vaya a ser que no pase usted de un pretexto
para que mi historia, y otras historias como la mía, corran por el mundo. Y
luego, cuando usted se muera del todo, llevemos su alma nosotros. No, no, no se
altere usted, que aunque dormido y soñando aún vivo. ¡Y ahora, adiós!
Y se disipó en
la niebla negra. Yo soñé luego que me moría, y en el momento mismo en que soñaba
dar el último respiro me desperté con cierta opresión en el pecho.”
“¡Qué extraño
animal es el hombre! Nunca está en lo que tiene delante. Nos acaricia sin que
sepamos por qué y no cuando le acariciamos más, y cuando más a él nos rendimos
nos rechaza o nos castiga. No hay modo de saber lo que quiere, si es que lo
sabe él mismo. Siempre parece estar en otra cosa que en lo que está, y ni mira
a lo que mira. Es como si hubiese otro mundo para él. Y es claro, si hay otro
mundo, no hay este. Y luego habla, o ladra de un modo complicado. Nosotros
aullábamos y por imitarle aprendimos a ladrar, y ni aun así nos entendemos con
él. Solo le entendemos de veras cuando él también aúlla. Cuando el hombre aúlla
o grita o amenaza le entendemos muy bien los demás animales. ¡Como que entonces
no está distraído en otro mundo... ! Pero ladra a su manera, habla, y eso le ha
servido para inventar lo que no hay y no fijarse en lo que hay. En cuanto le ha
puesto un nombre a algo, ya no ve este algo; no hace sino oír el nombre que le
puso o verlo escrito. La lengua le sirve para mentir, inventar lo que no hay y
confundirse. Y todo es en él pretextos para hablar con los demás o consigo
mismo. ¡Y hasta nos ha contagiado a los perros! Es un animal enfermo, no cabe
duda. ¡Siempre está enfermo! ¡Sólo parece gozar de alguna salud cuando duerme,
y no siempre, porque a las veces hasta durmiendo habla! Y esto también nos ha
contagiado. ¡Nos ha contagiado tantas cosas!”
Buen momento, pues, para releer a estos dos gigantes de nuestra historia literaria que tanto hicieron por elevar nuestra cultura a niveles universales.