martes, 30 de diciembre de 2014

DE ORTEGA Y UNAMUNO



 

Antes de terminar el año quiero recordar dos centenarios que tienen que ver con dos publicaciones importantes de nuestras letras contemporáneas. Me refiero a las Meditaciones del Quijote de Ortega y Gasset y a Niebla de Unamuno, ambas de 1914.
Las Meditaciones es el primer ensayo publicado por José Ortega y Gasset (Madrid, 1883-1956), que además dejó inconcluso. Son dos las meditaciones incluidas en la obra: “Meditación Preliminar”, donde expone el autor su método de análisis, y  “Meditación Primera”, en la que trata de la novela. En este ensayo nació la famosa frase “yo soy yo y mi circunstancia”, que empleó el propio Ortega para definirse como persona y como filósofo. He aquí un par de ejemplos referidos a ambas meditaciones:

“El bosque está siempre un poco más allá de donde nosotros estamos. De donde nosotros estamos acaba de marcharse y queda solo su huella aún fresca. Los antiguos, que proyectaban en formas corpóreas y vivas las siluetas de sus emociones, poblaron las selvas de ninfas fugitivas. Nada más exacto y expresivo. Conforme camináis, volved rápidamente la mirada a un claro entre la espesura y hallaréis un temblor en el aire como si se aprestara a llenar el hueco que ha dejado al huir un ligero cuerpo desnudo. Desde uno cualquiera de sus lugares es, en rigor, el bosque una posibilidad. Es una vereda por donde podríamos internarnos; es un hontanar de quien nos llega un rumor débil en brazos del silencio y que podríamos descubrir a los pocos pasos; son versículos de cantos que hacen a lo lejos los pájaros puestos en unas ramas bajo las cuales podríamos llegar. El bosque es una suma de posibles actos nuestros, que al realizarse perderían su valor genuino. Lo que del bosque se halla ante nosotros de una manera inmediata es solo pretexto para que lo demás se halle oculto y distante.” (“El bosque”, Meditación Preliminar”)

“Otro carácter del Renacimiento es la primacía que adquiere lo psicológico. El mundo antiguo parece una pura corporeidad sin morada y secretos interiores. El Renacimiento descubre en toda su vasta amplitud el mundo interno, el me ipsum, la conciencia, lo subjetivo. Flor de este nuevo y grande giro que toma la cultura es el Quijote. En él periclita para siempre la épica con su aspiración a sostener un orbe mítico lindando con el de los fenómenos materiales, pero de él distinto. Se salva, es cierto, la realidad de la aventura; pero tal salvación envuelve la más punzante ironía. La realidad de la aventura queda reducida a lo psicológico, a un humor del organismo tal vez. Es real en cuanto vapor de un cerebro. De modo que su realidad es, más bien, la de su contrario, la material. En verano vuelca el sol torrentes de fuego sobre la Mancha, y a menudo la tierra ardiente produce el fenómeno del espejismo. El agua que vemos no es agua real, pero algo de real hay en ella: su fuente. Y esta fuente amarga, que mana el agua del espejismo, es la sequedad desespera da de la tierra.”  (“La realidad, fermento del mito”, “Meditación Primera” )



En cuanto a la novela de Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936), Niebla, aunque fue escrita en 1907 no fue publicada, como queda dicho, hasta siete años después. En ella, su protagonista Augusto Pérez, alter ego del propio Unamuno, va a quejarse a Salamanca al autor de la novela porque ha decidido acabar con su vida. Durante el diálogo que ambos mantienen Augusto le dice que también morirá porque, así como él es una invención del autor de la novela y este decide cuándo debe morir, Unamuno dejará de existir también porque es un sueño de Dios. Se trata de una novela que desborda todos los márgenes del género porque Unamuno entra en el mundo de la ficción y Augusto sale al mundo de la realidad. He aquí dos muestras: la primera un fragmento del diálogo que ambos mantienen, y la segunda, otro fragmento del pensamiento de Orfeo, el perro de Augusto, al descubrirlo muerto en el Epílogo de la novela:

“--¿Y si te vuelvo a soñar?
--No se sueña dos veces el mismo sueño. Ese que usted vuelva a soñar y crea soy yo será otro. Y ahora, ahora que está usted dormido y soñando y que reconoce usted estarlo y que yo soy un sueño y reconozco serlo, ahora vuelvo a decirle a usted lo que tanto le excitó cuando la otra vez se lo dije: mire usted, mi querido don Miguel, no vaya a ser que sea usted el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo ni muerto... no vaya a ser que no pase usted de un pretexto para que mi historia, y otras historias como la mía, corran por el mundo. Y luego, cuando usted se muera del todo, llevemos su alma nosotros. No, no, no se altere usted, que aunque dormido y soñando aún vivo. ¡Y ahora, adiós!
Y se disipó en la niebla negra. Yo soñé luego que me moría, y en el momento mismo en que soñaba dar el último respiro me desperté con cierta opresión en el pecho.”

“¡Qué extraño animal es el hombre! Nunca está en lo que tiene delante. Nos acaricia sin que sepamos por qué y no cuando le acariciamos más, y cuando más a él nos rendimos nos rechaza o nos castiga. No hay modo de saber lo que quiere, si es que lo sabe él mismo. Siempre parece estar en otra cosa que en lo que está, y ni mira a lo que mira. Es como si hubiese otro mundo para él. Y es claro, si hay otro mundo, no hay este. Y luego habla, o ladra de un modo complicado. Nosotros aullábamos y por imitarle aprendimos a ladrar, y ni aun así nos entendemos con él. Solo le entendemos de veras cuando él también aúlla. Cuando el hombre aúlla o grita o amenaza le entendemos muy bien los demás animales. ¡Como que entonces no está distraído en otro mundo... ! Pero ladra a su manera, habla, y eso le ha servido para inventar lo que no hay y no fijarse en lo que hay. En cuanto le ha puesto un nombre a algo, ya no ve este algo; no hace sino oír el nombre que le puso o verlo escrito. La lengua le sirve para mentir, inventar lo que no hay y confundirse. Y todo es en él pretextos para hablar con los demás o consigo mismo. ¡Y hasta nos ha contagiado a los perros! Es un animal enfermo, no cabe duda. ¡Siempre está enfermo! ¡Sólo parece gozar de alguna salud cuando duerme, y no siempre, porque a las veces hasta durmiendo habla! Y esto también nos ha contagiado. ¡Nos ha contagiado tantas cosas!”

        Buen momento, pues, para releer a estos dos gigantes de nuestra historia literaria que tanto hicieron por elevar nuestra cultura a niveles universales.

sábado, 27 de diciembre de 2014

CANTOS Y ELEGÍAS DE INVIERNO (1)





PRIMER CANTO

Despuės de todo,
una fiesta familiar en estos días
nos reconforta siempre
y nos hace vivir en consonancia
con nuestro tiempo antiguo,
el que vive en ayer,
en la casa del juego y el cariño
de madre.
En suma, paz vivida
con la sangre común,
la savia repetida de aquel árbol
que sostuvo la vida bien arriba,
junto a la luz del aire castellano.
Y canto sin cesar lo que he perdido
en la tierra pisada desde entonces,
por puentes y arboledas,
aceñas e institutos.
Canto la memoria que me dicta
canciones y saludos siempre jóvenes,
figuras de belén y mazapanes
que besan horizontes
y noches junto al fuego.
Porque después de todo,
las fiestas familiares nos aniñan
y nos devuelven el tiempo que murió
por caminos de adioses y de sombras.










PRIMERA ELEGÍA

He vivido unos días del invierno,
y no ha ocurrido nada,
salvo el saber que soy algo más viejo.
Y eso lo nota el alma,
y eso lo nota el cuerpo
en su meseta ajada,
en las noches de luces bajo el viento
que adornan las calzadas
y en los temblores de los labios secos
al callar las palabras.
Nada alivian los villancicos viejos
ni la mesa que aguarda
a que lleguen a cenar nuestros recuerdos,
cuando no ocurre nada,
salvo el saber que pasa raudo el tiempo
y nos llena de escarcha.




EL AÑO DE LONDRES (3)




 


El fin de semana último de enero (del 17 al 19) lo he pasado en Barcelona, acompañado de la lluvia y un  tiempo desapacible; sólo la incomparable compañía de mi mujer ha hecho posible que apenas notara las inclemencias del tiempo. Debo añadir la visita en Caixa Forum al pintor neoimpresionista francés Camille Pissarro (67 lienzos que constituyen la más grande muestra que nunca se haya hecho en Barcelona de este singular artista) y al MNAC del Palacio Nacional de Montjuic, la lectura de las Memorias de Heine y la incursión esta misma mañana de domingo a mi querido Mercadillo de los libros de San Antonio (se da también la circunstancia de que este barrio tan unido a mi época de estudiante universitario celebra la fiesta de su santo), incursión harto fructífera pues por poco dinero he adquirido la Historia del Arte de Pijoan (cuatro tomos), Los ángeles y una Historia del arte contemporáneo del siglo XX. En otro puestecillo anterior acababa de comprar por otra irrisoria cantidad de dinero (¡cómo echo de menos otros tiempos del pasado, cuando fui engordando mi biblioteca con volúmenes rescatados de la humedad, el polvo y la desidia!).
Y lo que es más importante, como resultado de algunas de esas cosas vividas este fin de semana en Barcelona, he pergeñado varias octavillas.
En Barcelona con Pissarro
En una tregua de la lluvia hemos estado en la fábrica textil de Caixa Forum donde Pissarro muestra sus secretos vitales y pictóricos y desnuda su paleta ante nuestra atónita mirada. Allí estaba empujando su carro del caballete hasta el campo, y, delante de un prado, un bosque o un camino, ha desplegado sus bártulos de magia, y “humilde y colosal”, como lo definía Cezanne, ha empezado a rellenar sus lienzos. Y mientras iban apareciendo a nuestra vista árboles frutales, rosas cortadas en un jarrón o la figura de una criada portando una copa, Pissarro nos ha ido contando sus peregrinajes, y unas veces oíamos las orillas del Marne y otras Louveciennes, cuando no Londres, y, ante nuestros ojos borrachos por la sorpresa aparecía el puente Charing-Cross sobre el Támesis, con barcazas atestadas de gente y la neblinosa silueta de torres y campanarios. Allí fue Pissarro huyendo de la guerra franco- alemana, y aprendió el arte de las nieblas londinenses en los museos, de la mano de Constable y Turner, y se casó por fin con el amor de su vida, aquella Julie Vellai que había sido criada de su madre y que ya le había dado dos hijos de los siete que tuvo con ella…
Nos mira y nos sonríe como pidiéndonos disculpas. Debe recoger los bártulos porque ya se ha ido yendo la luz, y los crepúsculos espantan las ganas de trabajar del viejo pintor. Acto seguido vuelve a empujar el carro del caballete camino de su casa. Pero mientras andamos por las salas, vuelven sus ojos cansados a ver nueva luz, la suficiente como para seguir pintando ante nosotros mientras nos habla ahora de Eragny-sur- Epte, que se encuentra a dos horas de París. Nos dice que esa será su última residencia permanente. Sus telas se humanizan con huertos de coles, almiares, manzanos en otoño, y el pincel pone puntos, manchas de color superpuestas hasta llenar el cielo, los caminos, los troncos de los árboles y las aguas de los estanques, al modo de Seurat y Signat, hasta que se cansó porque las gotas de verde, de azul, de siena… no lograban mostrar sus sensaciones, dar vida y movimiento a la atmósfera del cielo, a los reflejos de las aguas, al brillo de la piel de las vacas en los prados, al sol que daba en los tejados de las casas entrevistas y en las vallas…
Y de repente, adiós a los campos, al aire libre de caminos y bosques, charlas con campesinos que faenan en sus tierras…, adiós a los olores a establo y a granero, a frutas en sazón, a excrementos de animales, a paja segada y a la humedad de los viejos y umbríos caminos alfombrados por las hojas muertas… Nos lo confiesa Pissarro vivamente emocionado. Una enfermedad de los ojos le obliga a pintar desde la ventana de su estudio o desde la habitación de algún hotel, y entonces aparece en sus cuadros un París contemplado a vista de pájaro, un Sant- Honoré por la tarde con efecto de lluvia, por ejemplo.
Finalmente, atraído por la magia y el sosiego de los puertos, anciano ya, previendo acaso que su viejo barco hace aguas y busca la hora de anclar, viajará hasta los puertos de Dieppe o El Havre. Y ante nosotros despliega escenas pintadas de la muerte serena que ofrecen los puertos, bajo cielos soñados y mástiles que bailan para el pintor, que, despidiéndose de nosotros, mientras suena de nuevo la lluvia en los tejados de la modernista Fábrica Textil que es hoy Caixa Forum, nos dice sonriendo: "¡Uno debe empeñarse en lograr el éxito hasta el mismo final, porque si no es así, no hay esperanza!"

martes, 23 de diciembre de 2014

RECORRER EL CAMINO



                      
 Los versos que siguen fueron leídos ante un nutrido grupo de buenos amigos en nuestra anual cena de Navidad, en Tarrasa el pasado 20 de diciembre. Así que van dedicados a ellos.

                                   


No dejes que tu vida
la vivan otros;
que, aunque sea sencilla,
es tuya sólo.
Anda el camino,
y ama y sueña y confirma
que estás bien vivo.

Recorrer el camino
es habitarlo,
vestirlo de alegrías,
hacerlo humano.
Y hacer amigos
para amasar con ellos
recuerdos vivos.

Cuando pido que ames,
te estoy diciendo
que sólo en surcos fértiles
siembres tu cuerpo.
Sin que rechaces
las manos que te tienden
almas leales.

Cuando digo que sueñes,
te estoy hablando
de tejer el presente
con el pasado.
Así tu vida
tendrá siempre raíces
hondas y limpias.

Y en cuanto a confirmar
que estás bien vivo,
basta con que resuelvas
tus compromisos.
Y cada noche
te halles en paz contigo,
y nadie lo note.
                                                   (De POEMAS OTOÑALES 14)

lunes, 22 de diciembre de 2014

EL AÑO DE LONDRES (2)





Desde que inicié este diario del año de Londres, debo reconocer que la capital británica está presente siempre en mis pensamientos y busco con interés cualquier asunto, tema o noticia que tenga que ver con ella. Pero a veces la casualidad me trae a los ojos la presencia de la ciudad de Dickens o Sherlok Holmes. Anoche, sin ir más lejos, ante lo anodino de la programación televisiva y como preparación para el sueño, nos pusimos a ver un episodio ya comenzado de una de nuestras series favoritas, junto a la de Mentes criminales; me refiero a Castle, cuyo protagonista es un escritor de novelas policíacas que acompaña a una inspectora, de la que está enamorado, a resolver los casos criminales más enrevesados (el de anoche tenía que ver con un diamante fabricado en torno al cual ocurre un extraño asesinato).
Y cuál no sería nuestra sorpresa cuando al acabar dicho episodio, la programación nos ofreció uno de la serie Elementary, otra que nos atrae bastante por la condición extravagante del protagonista, esta vez nada más ni nada menos que Sherlok Holmes, un Sherlok Holmes mucho más joven que el que creó Doyle que trabaja como detective asesor para la policía neoyorkina, acompañado en la serie, para mayor sorpresa de los seguidores del famoso detective, por una doctora Watson de rasgos orientales, bella y tan inteligente o más que el originario galeno.
Pues bien, resulta que en vez de estar el episodio ambientado, como la mayoría de ellos, en Nueva York, transcurre todo él en Londres. Sí, en Londres, porque el detective se ve obligado a ayudar a un viejo colega suyo de Scotland Yard a resolver un caso en el que una mujer es asesinada por un arma fabricada en una impresora de 3D. La trama en este caso era lo de menos; lo que nos importaba de verdad era ver pasar ante nuestros ojos parte del Londres que podremos ver, si Dios quiere, en poco menos de seis meses de verdad, sin intermediarios de ninguna clase. Y allí aparecieron, el Támesis, la Torre, el Parlamento, el Big-Ben, Trafalgar Square… Precisamente en esta singular plaza vemos bajar a Holmes y a Watson por la escalinata de la National Gallery para acercarse a la columna de Nelson a cuyos pies tiene lugar el contacto con alguien que deja en el bolso de la bella doctora un sobre con la relación de impresoras de 3D, una de las cuales era la que había fabricado la pistola de plástico asesina.


 

Después de casi un mes he vuelto a subir a Tossa: sabía que el mar –por las mañanas triste acero, azul sereno por las tardes—me llamaba insistentemente echándome de menos con igual fuerza que yo a él.
Cuando en mi ruta con la bici pasaba por el paseo camino de la Mar Menuda, como hago siempre, vi que los empleados del ayuntamiento estaban cambiando las farolas del paseo. Esa fue la única señal de vida humana que encontré en mi ruta con la bici. Y es que el pueblo se pasa el invierno durmiendo. En cambio, el que no duerme nunca es el mar, que prosigue respirando en las arenas junto a la nerviosa risa de las gaviotas posadas en la isla de la bahía.
Pero aún así disfruto atravesando las calles encerradas en su silencio, esperando impacientes la llegada de otra temporada de turistas. En cuanto a mí, prefiero que los turistas sigan en sus ciudades entregados a sus quehaceres cotidianos, y cuando llegue el verano, que hagan lo que quieran, como si quieren seguir visitando a nuestro pueblo. Masificado entonces, ya no importa gran cosa que haya unos miles de forasteros más.
De momento, yo paso con mi bici por delante de los bares y hoteles cerrados, de las tiendas de recuerdos hechas sólo recuerdo de un verano que fue mágico como todos y, como todos, forma ahora parte del olvido…
Atravieso como una exhalación de un presente poderoso, irrefrenable, este pueblo que ahora por fin puedo decir que es mío, y salgo al aire abierto, aromado de peces que es el mar.

viernes, 19 de diciembre de 2014

EL ZAFIRO DEL APÓSTOL SANTIAGO




La época del año que escogimos para hacer el Camino, a mediados de otoño, nos reportó una nueva ventaja: sólo había en el albergue un peregrino, que a aquellas horas estaba encamado. De modo que pudimos instalarnos a nuestras anchas y descansar toda la noche de un tirón. Hasta que al alba nos despertaron unos gemidos cercanos. Los profería nuestro único compañero de albergue. Nos acercamos a ver qué le pasaba y descubrimos que tiritaba y tenía fiebre muy alta. Mientras mi mujer intentaba aliviarle la calentura con un paño húmedo aplicado en su frente, yo le cogía la mano que previamente me había tendido pidiendo ayuda. Con la voz en un hilo nos dijo: 
“No saben cuánto siento molestarles, pero me veo en las últimas horas de mi vida y temo que, si no me ayudan ustedes, no podré cumplir la promesa que tengo hecha.” 
Tras pronunciar estas palabras, cerró los ojos y cayó en una postración tan clara que creímos que se había ido para siempre. Pero el peregrino reabrió los ojos y, sacando de debajo de la ropa un pequeño envoltorio de terciopelo rojo, me lo entregó diciendo entre pausas agónicas: 
“Dentro… hay algo que un pariente mío robó… el año pasado de la sacristía… de la Catedral de Santiago. Falleció hace unas semanas… y en su lecho de muerte, sabedor… de que yo iba a realizar… este viaje, me hizo prometerle… que lo devolvería a su lugar de origen.” 
Exhausto, volvió a cerrar los párpados mientras de sus labios fluía un hilo de saliva manchada de sangre. Mi mujer se la limpió con todo cuidado y me miró mientras negaba con la cabeza. 
“Parece que el pobre hombre no ha aguantado más”, dijo y así fue porque ya no tenía pulso. 
Avisamos a los encargados del albergue para que siguieran los trámites pertinentes en estos casos. Una hora más tarde el Samur se llevaba el cadáver y nosotros proseguimos el camino hacia Compostela con una motivación añadida a la nuestra. Ni por un momento se nos ocurrió a mi mujer y a mí durante el resto del Camino echar una ojeada a lo que ocultaba el envoltorio de terciopelo rojo. Una vez llegados a la Catedral, nos atendió un canónigo al que explicamos el último deseo del peregrino mientras le hacíamos entrega del paquete.  El canónigo lo desenvolvió delante de nosotros y vimos que era una piedra preciosa de color azul intenso. El sacerdote nos dedicó una sonrisa de agradecimiento antes de decirnos: 
“Por fin ha vuelto el zafiro del Apóstol. Gracias en nombre del Cabildo. Que Dios se lo premie.”

miércoles, 17 de diciembre de 2014

EL AÑO DE LONDRES (1)

Así llamo a este año que se acaba porque, entre otras cosas, he podido realizar un sueño que llevaba abrigando desde hace mucho tiempo, visitar la capital del Reino Unido. Pero que, en realidad, se trata de una especie de diario donde he ido apuntando experiencias, centenarios, noticias o acontecimientos que de un modo u otro han llamado mi atención en el transcurso del año. En este blog iré copiando algunos de esos apuntes que puedan sugerir interés general.

ENERO
Hoy es 4 de enero de 2014 y ya sé que dentro de seis meses estaré si Dios quiere andando por las calles de Londres con base de operaciones en el emblemático barrio del Soho, y con las principales visitas al alcance de la mano. Así que lo primero que empiezo a hacer es reunir cuanta más información pueda sobre la capital inglesa; información, sobre todo, relacionada con la literatura y el arte, que es más su belleza y su pasado; porque sobre la vida cotidiana y actual ya la aprenderé in situ, cuando me haya establecido en el apartamento del Soho que acabo de contratar por Internet y me lance sin descanso a patear hacia los cuatro puntos cardinales de la ciudad.

La Venus del espejo, Velázquez


Hoy, 5 de enero, consultando guías de Londres por Internet como preparación del viaje real a la capital británica, me he dado una vuelta imaginaria por la National Gallery, que está situada en la parte norte de Trafalgar Square, muy cerca del apartamento que hemos contrado. Buscaba La Venus del Espejo, de nuestro Velázquez, que para muchos es la joya más importante de la pinacoteca. Ese cuerpo femenino que forma olas de carne rosada ante el admirado espectador que sólo puede ver el rostro hermoso de la joven a través del espejo que sostiene el pícaro diosecillo del amor. Contemplando este excelente lienzo que el genio español pintó entre 1647 y 1651, posiblemente durante su segundo viaje a Italia, se me ha ido el santo al cielo, y cuando me he querido dar cuenta de lo tarde que se me ha hecho, he recorrido apresurado otras salas buscando algunas sorpresas pictóricas parecidas, pero ni La Virgen de las Rocas de Leonardo da Vinci ni  el Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa, del pintor flamenco Jan van Eyckc, con todos los caracteres positivos con que los críticos de arte las adornan, me han llenado tanto el alma de los ojos como la pintura de Velázquez. Y regreso a casa un poco decepcionado para refugiarme en la reproducción que muestra una de las guías que más consulto. Y vuelvo a ver este cuerpo femenino, joven, formado de exquisitas olas de rosada carne, recostada de espaldas sobre el lecho, la cabeza elegantemente sostenida por la mano derecha,  y cuyo rostro sereno me envía una sonrisa eterna desde el espejo. Y entonces una pregunta inquietante sale a mi encuentro ahora: ¿Seré capaz de sentir lo mismo cuando, dentro de medio año, en plena primavera, allí, en Londres, en la sala de la National Gallery donde está expuesto el famoso cuadro?


El poeta Dylan Thomas

Los Reyes me han traído hoy el recordatorio de que durante este año 2014 se cumple el centenario del nacimiento de conocidas figuras del mundo de la Literatura y el Arte. Y uno de esos es el del poeta galés Dylan Thomas, a quien debemos unos noventa poemas aproximadamente, agrupados en seis libros (18 Poems, 18 Poemas, 25 Poems, 25 Poemas, The Map of Love, El mapa del amor, Deaths and Entrantes, Muertes y entradas, In Country Sleep, En el dormir campestre e In Country Heaven and Elegy, En el paraíso campestre y Elegía) que abarcan desde el año 1934 hasta 1953, en que falleció de coma etílico. Su vida, a juzgar por el modo como murió, fue como un ciclón que a su paso destruyó todo incluida su propia existencia. Sin embargo, lo que nos importa aquí es señalar la intensidad de su poesía, pasional, personal y simbolista, cuando a su alrededor se escribía más bien poesía social, cuyos autores más significativos fueron, entre otros, W. H. Auden y Stephen Spender. A lo personal de su poesía, hay que añadir la diversidad de versos y estrofas con que experimenta una y otra vez, sin olvidar la preocupación que siempre mantuvo por lograr títulos adecuados a sus poemas (I see the boys of summer, Veo a los chicos del verano, Wen once the twilight locks, Cuando una vez el crepúsculo se cierra, A process in the weather of the heart, Proceso en el tiempo del corazón, Before I  knockeed, Antes de que yo llamara…). Thomas se inspira en los ritmos de las baladas y los combina con imágenes y metáforas visuales, simbólicas y muchas veces inesperadas; de ahí que en esos casos el tema de los poemas sea difícil de apreciar. Por todo ello, la poesía de Thomas es vital y sensorial, aunque no rehúye la religión (no en balde la Biblia está presente en ella y no sólo sus letanías, versículos y tonos de sermón). Así, descubrimos entre sus motivos principales la infancia, el amor, el cuerpo, la plenitud, la naturaleza, la vejez, el tiempo, la muerte… No en balde para él la poesía es el brote espontáneo del frenesí de su vida.
Léanse, como ejemplo de lo dicho, los siguientes versos de I see the boys of summer traducidos al castellano por el autor del blog:
“Veo a los chicos del verano en su ruina,
dejan estériles los dorados diezmos,
sin aderezar trojes para la cosecha, congelan los surcos;
allí en su fuego las riadas invernales
de amores congelados ellos buscan a sus chicas,
y ubérrimas manzanas ahogan en sus marcas.”

Viene a cuento hablar de Dylan Thomas aquí y ahora porque se da la casualidad de que en vida visitó Londres en numerosas ocasiones, especialmente las tabernas del Soho y algunas otras al norte del que será mi barrio durante unos días, bebiendo hasta perder la conciencia y alardeando ante otros de que ha batido algún que otro récord de consumo de whisky. Buscaré cuando esté allí sus retratos colgados en las paredes de los pubs y beberé a la salud de su ciclónica y visceral poesía.