El novelista se puso a escribir la nueva novela que
había pensado a fondo durante meses y tenía anotada al detalle en múltiples
fichas. Y no había acabado aún el primer párrafo, cuando recibió una llamada
telefónica. Desde el otro lado de la línea una voz desconocida, que se
presentó como el protagonista de su novela, le dijo que había empezado mal el
relato, ya que el crimen que había planeado situar en el capítulo siguiente
había tenido lugar ya, y que él, como el policía elegido para resolver el caso,
acababa de dar con la pista del asesino. El novelista colgó molesto el teléfono
por creer que todo se debía a una broma de mal gusto y siguió escribiendo su
novela. Pero a los pocos segundos, alguien empezó a llamar insistentemente a la
puerta de su habitación. Sin perder la compostura abrió la puerta para ver
quién era ahora el que osaba interrumpir su trabajo y se encontró de sopetón
con un hombre que, provisto de una placa, le soltó a bocajarro: “Queda usted
detenido por el asesinato de Míster X.”
El primer verso suele ser el más difícil de encontrar.
Es como la llave que abre el arcón de las palabras que constituyen el resto del
poema.
Viajar es convertir la rutina de la vida diaria en un
aliciente misterioso para vivir de otro modo durante un tiempo.
El policía, que no era más que el protagonista de una
novela que aún no había acabado el novelista, se tuvo que conformar con ver al
asesino desaparecer en la niebla de la mañana que aún no había amanecido.
Cada vez le ocurre más al poeta el hecho de escribir
un verso que cree nuevo cuando ya forma parte de algún poema de alguno de sus
libros publicados. Hay otra cosa peor: que ese verso sea fruto de la lectura de
otro poeta.
En los hoteles ocurre algo curioso: en vez de sentirse
el hospedado más sociable y abierto con los demás, que sería lo lógico en un
ambiente donde lo comunitario tiene mayor incidencia, busca con más celo la
oportunidad insoslayable de fomentar la soledad.
Preparar las maletas antes de emprender un viaje es
como ponerse a leer una novela de la que nunca se ha oído hablar antes.
¿Qué piensas del que te mira desde el fondo del espejo
y te sonríe condescendiente? Yo a veces pienso que se trata de quien me hubiera
gustado ser y que nunca seré. Claro que un hecho me consuela, y es que él no
puede, por ejemplo, meterse en el mar como yo, o leer o escribir o hacer
cualquier cosa de las que me siento orgulloso pese a ser peor que el que me
aguarda siempre dentro del espejo.
Si Fermín de Pas hubiera tenido una infancia más
feliz, liberado un tanto de las faldas opresoras de su madre, seguramente no
habría intentado nunca apoderarse del cuerpo y el alma de Ana Ozores; creo que
ni siquiera habría entrado en el seminario para hacerse sacerdote. Pero por
otra parte, Clarín no habría dado con su personaje para escribir como debía La
Regenta.
El novelista, pese a tener bien pensada la trama de su
relato, no puede evitar casi nunca que alguno de los ingredientes narrativos
que combina en su obra no salga como había planeado. Unas veces es el espacio
donde se mueven los personajes, el cual intenta explicar y justificar su
comportamiento según sea sórdido o saneado, opresor o liberal; otras, el tiempo
que regula y ordena las acciones de los personajes según la lógica o la
importancia de las mismas; y otras veces, son los propios personajes quienes se
rebelan contra los designios de su autor atendiendo a las situaciones que el
propio argumento, con sus causas y efectos, va creando a su paso. De ahí que,
en ocasiones, el novelista se lamenta de que en su quehacer literario no sea
Dios, que siempre en su terrible omnipotencia tiene bien atados los destinos de
sus criaturas desde que nacen hasta que mueren y nada pueden hacer para
evitarlo, salvo el adelantar su propia muerte con el suicidio voluntario, que a
veces falla también, lo que da la razón al verdadero Novelista de la Vida.
Sólo los novelistas buenos entienden por qué eso es
así. Dios escribe la realidad; el novelista la inventa. De otro modo: Dios
escribe vida; el novelista, ficción.
Caperucita se salió del sendero de su bosque y se
encontró en otro lugar del bosque con Alicia. Algo no iba bien. O Perrault se
compadeció de la niña cambiando de golpe el lobo por el conejo. O Levis Carrol
quiso de repente cambiar la suerte que tenía su protagonista y la puso a prueba
para ver cómo lograba burlar los colmillos del lobo. Hay una tercera opción: la
tradición popular se cansó de tanta ñoñería y echó al ruedo de la perdición a
las dos muchachas confiando en que la astucia innata de la infancia las hiciera
capaces de salir airosa de los peligros que la rodean. En un mundo como el de
hoy hasta los más pequeños saben cómo hacerlo. Tampoco hay que insistir
demasiado.
En la hidroterapia el agua está obligada a funcionar
en contra de su naturaleza para intentar curar la nuestra.
Cuando canta Sade, el marqués de su mismo nombre,
dueño y maestro de la crueldad sin límites, se ve obligado a huir a las selvas
del olvido. La música que acaricia la sedosa voz de Sade nos hace sentir y pensar
como en la infancia, como si fuéramos dueños y maestros de los misterios de la
vida sencilla de arboledas cuajadas de pájaros y tardes largas de verano donde
la noche llega con pasos y rostros amables de personajes de cuento.
Lo más difícil de un poema no es escribirlo: es
empezarlo bien y, aún más, acabarlo mejor. He aquí un ejemplo de poema bueno,
con buen principio y mejor final:
“Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.”
Nótese la repetición del vocativo dirigido a Dios en
los cuatro versos de este pequeño gran poema de Antonio Machado, y de qué modo
tan estratégico los sitúa el poeta dentro de él: encabezando los versos de los
extremos con “Señor” y sin olvidar mencionarlo en medio de los otros dos.
Modelo de eficacia, ¿no?
Decía Borges que no se podía imaginar un mundo sin
libros, y tenía razón. Pero menos se puede imaginar un libro que no cuente con
algún aspecto del mundo.
Bailan y bailan las medusas en las olas con la música
eterna del mar hasta agotarse; finalmente, sólo quedan sobre la arena sus
faldas hawaianas.
Tras vivir junto a su amada la sensación vivísima de
un momento único en la playa, el cerebro y el corazón del poeta unieron
imperiosamente sus respectivas capacidades para identificar con palabras la
emoción sentida. La atención y la búsqueda de un rato intensísimo en que el
poeta no vivía otra cosa, dio a luz este verso:
“Besa süave la brisa tu blusa…”
El esfuerzo mental, sin embargo, había sido tan
agotador que, el poema recién comenzado se quedó tal cual, sin continuación,
temblando en ese extraño endecasílabo (diéresis en la tercera sílaba) surgido
de una aliteración que intentaba imitar un fenómeno físico.
La diferencia entre la labor narrativa y la labor
poética es mayor de lo que se piensa. Mientras el novelista siempre está
dispuesto a dar una nueva versión al relato que está escribiendo y, de hecho,
muchas veces suele utilizar el material narrativo con que cuenta, el poeta no
puede disfrutar de esa opción. El material poético que intenta modificarse sólo
puede provocar dos situaciones: que el poema resultante sea irremisiblemente
otro o que se deseche totalmente y pase a alimentar las papeleras del olvido.
Lo que quiero decir es que, si Machado, en caso de que
pudiera, intentara modificar el material poético que constituye el magnífico
poema de cuatro alejandrinos que más arriba reprodujimos, sin duda alguna el
poema resultante sería otro, porque la forma es la que justifica el contenido
forjado (la poesía es unión inseparable de fondo y forma, no se olvide).
Lo que sí puedo hacer yo, si soy capaz, es continuar
escribiendo el poema que espera en la sombra tras el verso “Besa süave la brisa
tu blusa”.
Un baile bien bailado es como un poema bien escrito.
La forma se amolda al contenido. Los pasos de los bailarines siguen
elegantemente el ritmo que marca la música. Las palabras elegidas están
impregnadas de belleza, emoción y eufonía.
El novelista clásico se parece a Dios. La obra creada
por él explica su existencia. El Quijote justifica la existencia de Cervantes.
La existencia de Dios está patente en la perfección del universo. Para siempre
uno y otro hablarán en sus respectivas creaciones. Para bien o para mal.
El primer verso marca el ritmo y la medida de los
demás que formarán con él la estrofa, en primer término, y, finalmente, el
poema. De ahí que sea tan importante acertar con el que abre la composición.
Aunque, claro está, también puede suceder, como hemos visto más arriba, que
todo se quede en el arranque.
En la oxigenoterapia me veo como un buzo tendido en
una hamaca que, en vez de ver las profundidades del mar, ve las profundidades
del pensamiento. Cuando, una vez acabada la sesión, salgo a la superficie, me
parece estar volviendo de un viaje espacial del que sólo recuerdo el sonido
sideral del oxígeno perfumado.
En la playa, por unos minutos, mientras pisaba las
huellas de quienes me antecedían en el paseo por la arena mojada de la orilla,
he notado que tenía pensamientos y figuraciones impropias de mí, como si de las
pisadas ocupadas por las mías subieran las ideas y los pensamientos de sus
dueños piernas arriba hasta alojarse en mi cerebro. Ha sido una sensación
horrible como si yo, en vez de ocupar, estuviera siendo ocupado por
personalidades diferentes. Menos mal que el oleaje, al borrar las huellas que
esperaban con ansiedad mis pies, borró también de golpe el aluvión de
pensamientos ajenos que, por minutos, habían poseído mi mente. Aliviado, apreté
con ternura la mano de mi mujer, que caminaba a mi lado. Me miró con sorpresa y
me preguntó qué me pasaba. Le contesté: “Nada, querida; figuraciones mías.”
Las medusas muertas sobre la arena me recuerdan
implantes de senos desechados. Es más: un pensamiento atroz ha venido a mi
encuentro. De repente todas las bañistas, oprimidas por la silicona que rellena
sus senos, se han desprendido del relleno, y el mar en sus vaivenes lo ha
depositado en la orilla.
Si en la novela es la acción su principal ingrediente,
en la poesía quien prima es la emoción musicada, el sentimiento humano vestido
de lirismo y belleza. Un paso más y diríamos que en el teatro es el carácter
humano quien mueve a la acción y expresa sus pasiones muchas veces con elegancia
y bellas palabras. Para no dejar huérfano al ensayo, podríamos decir de él que
hace teoría de todos los géneros anteriores y prueba que existen con argumentos
que en ocasiones encierran también elegancia y belleza.
Otro rasgo que diferencia al novelista del poeta es
que el primero debe conocer previamente qué va a contar. Al poeta sólo le basta
intuición para descubrir el contenido de su escrito y máxima concentración para
hallar las palabras exactas que lo vistan adecuadamente. De ahí que el cómo sea
más importante en la poesía que en la novela.
Un ejemplo. Un novelista nos diría de un arpa que está
abandonada en lo más oscuro de un rincón más o menos eso, con más palabras o
con algún que otro detalle. Bécquer escribe esta magnífica estrofa:
“Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.”
Míster X no es Míster X. Tiene nombre y apellidos. Y
un domicilio. Y una familia. Y un trabajo. Y alguna que otra afición. Y algún
amigo. El novelista así lo tiene consignado en varias de sus múltiples fichas.
Adelantamos su nombre porque es muy significativo: Bonifacio Toro Manso. El
hombre nunca rompió un plato en su vida y todo lo que hacía parecía estar
santificado; de ahí que el nombre de Bonifacio le viniera que ni pintado. En
cuanto a sus dos apellidos, quedan claramente justificados en la novela. Sabido
de toda la comunidad era que apenas podía entrar por la puerta de entrada del
edificio por la envergadura de los cuernos que su mujer le había puesto años
atrás con el administrativo de la Notaría del pueblo. ¡Pobre, hasta la X de su
primer nombre presenta cuernos en los cuatro puntos cardinales!
Viendo que no llegaba Caperucita por el sendero del
bosque, y a la que acechaba detrás de un árbol desde horas atrás, el lobo
empezó a aullar desesperado. Se veía ya sin papel en el cuento que Perrault
había tramado para él. Por eso, sin dejar de aullar, pidió desde lo más hondo
de su desgraciado aunque perverso corazón que al menos Rodríguez de la Fuente le
diera una pequeña oportunidad en su programa de televisión, aunque fuera
corriendo por las solitarias cumbres de la Sierra de la Culebra, enmarcada su
oscura silueta por la amarillenta luz de la luna.
Una nota discordante en una sinfonía es como un ripio
infame en un poema. Y lo malo es que, una vez producido el fenómeno (la
audición musical finalizada y la composición poética publicada), ni una ni otro
tienen arreglo.
¿Cómo es que, siendo el amor inmortal y sublime, como
demuestran los filósofos griegos, y el sexo mortal y mezquino, el primero
necesita al segundo para hacerse más humano, mientras que el sexo campa por sus
respetos sin necesitar para nada al elevado amor?
Los gorriones, buscando las migas caídas de la mesa,
son como los poetillas que alimentan sus “creaciones” con lo que desechan los
buenos poetas.
Marianela, la de don Benito Pérez Galdós, es la
belleza exclusiva para ciegos.
La religión de la Naturaleza nos demuestra que el
cielo está en nuestros sentidos.
¿Qué es más importante en la mujer: su belleza física
o su belleza moral? El hombre enamorado ve la segunda reflejada en la primera.
El hombre prosaico y egoísta, deja a un lado la belleza moral para dedicarse de
lleno a disfrutar de la física.
Muchas veces la luz repentina nos devuelve
paradójicamente a las tinieblas.
Entre el tic y el tac se le acabó el tiempo.