jueves, 7 de abril de 2016

REFLEJOS DE VIENA


 
 
Momento eterno en San Agustín, al lado el blanco cenotafio piramidal que Canova esculpió a la memoria de María Cristina, cuyo retrato circunscribe la serpiente del infinito en lo más alto del monumento. A los pies un ángel se recuesta sobre un león sumiso ante la verdad incuestionable de la muerte. Suenan las campanas de la iglesia en el interior del templo en espera de que empiece la misa cantada de Schubert. Son las once de la mañana. Momento en que los fieles siguen sin hacer diferencias a Dios, el Arte y la Música.

 

 
Celeridad en el transcurso del segundo día en Viena. Parecía que, junto al Mozart del Burggarten, bajo la luz limpia de la mañana, nos quedaba todo por delante, y ahora inexorablemente no sólo la emoción vivida junto a la estatua del músico de Viena forma parte del pasado ya, sino también la pose a los pies de Goete, la bajada por la escalinata de la Albertina, la misa de Schubert, los caballos de Viena, el recuerdo de Calderón en lo alto de Teatro, el lúdico encuentro de ciclistas ante el Ayuntamiento, la Fuente de Minerva y el Parlamento… Y la comida en Museumsquartier, tras la siesta en el apartamento, ya la tenemos en los pies, ahora, a las cinco de tarde, se alza imponente ante nosotros la iglesia de San Carlos, museo de estilos diferentes, columnas gigantescas, cúpulas, torres, ángeles blancos…, y poco antes, la modernista estación de metro de Wagner. Formamos parte de este guirigay existencial de familias enteras solazándose en los céspedes de los jardines que antaño fueron fosar de muertos, lugar donde se cree que siguen extraviados los restos del pobre Vivaldi, que se atrevió un día a venir solo a Viena a probar fortuna, como otro guiri más vestido de formal anonimato.

 


Y la tarde pasa paralela a nuestras emociones, arrancadas de rincones románticos donde yace algo de Moore encerrado en un cuadro ilustrado, el abandonado Brahms o El último hombre de Kanah, que abre los brazos en un vano intento de volar con el pesado bronce de su destino acabado.

miércoles, 23 de marzo de 2016

COMPOSICIONES PARA LECTORES APRESURADOS I



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DOBLE MENTIRA

“Amiga, tú no sabes lo atroz que puede ser la puñalada de otoño cuando uno está muy solo. Los pensamientos que entonces vienen a acribillarte acentúan tu soledad y tristeza. Amiga, cuando sé que ignoras que me encuentro tan solo y que, ajena a mi desdicha, te abandonas en brazos de otro hombre a la deleitosa batalla del amor, y tus tersas colinas y tus húmedos valles son explorados por otras manos y el manantial de tu placer estalla en el éxtasis completo, entonces me veo naufragar en el mar solitario del otoño. Por eso, amiga de otro hombre, anillo de otro dedo, vaina de otro puñal, cuando esta misiva haya arribado al umbral de tu casa, yo ya habré besado el lodo helado del río. Y habrás sido tú quien me ha llevado a ese húmedo y solitario silencio; tú sola, valiéndote del empujón inexorable del engaño. Recibe, pues, un viento de luto entre cipreses.”
Y mientras guardaba en la cómplice caverna del sobre la mentira que acababa de escribir, con labios apresurados recorría la blanca geografía de otra mujer desnuda.
La fría noche de otoño en la ventana de su dormitorio frotó su rostro astuto y lluvioso de eterna celestina.

 

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A LA ESPERA DEL GRAN MOMENTO

 
Estoy convencido de que todas las personas disponemos a lo largo de nuestra corta vida, de al menos una ocasión para vislumbrar lo que nos espera más allá de la muerte. Apenas un segundo, tiempo más que suficiente, para convencernos de que otro mundo diferente de éste existe más allá del umbral que separa la vida de la muerte. Es así cómo nuestro deseo irreprimible de vivir tras nuestra muerte corporal se siente satisfecho, apaciguado transitoriamente a la espera del Gran Momento. Y doy un paso más allá en esta convicción: creo que esa ocasión única de que dispondremos para cerciorarnos de que nuestro espíritu no morirá jamás; esa posibilidad de tiempo mínimo, apenas un segundo, coincide con una mínima fracción de tiempo también perteneciente a nuestros sueños de la alta noche. Estemos alerta. Todo es cuestión de suerte y de …paciente espera.

 

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 UN PROGRAMA PELIGROSO

 
El héroe vestido de rojo con un escudo amarillo bordado en la capa voló majestuosamente hacia las azoteas de los rascacielos y de allí al reino de los pájaros: con la soltura de uno de ellos planeó un instante bajo las nubes y enseguida desapareció tras ellas.
El niño, extasiado, seguía con la mirada el vuelo del personaje de la pequeña pantalla, mientras con los brazos extendidos balanceaba el cuerpo de un lado para otro recorriendo el salón.
La palabra FIN llenó completamente el cuadrado iluminado del televisor, a la vez que el niño en sus movimientos volátiles salía al balcón. A los pocos minutos sonó la cerradura de la puerta y el ama de casa, con una cesta cargada de viandas, entró en el piso.
--Luisito, mamá ya está en casa—gritó--. Ven, hijo, mira qué te he traído.
Entró en la cocina y dejó la cesta sobre el mármol. Luego se asomó al salón donde el televisor continuaba encendido y un zumbido monótono surgía del aparato. “¿Dónde se habrá metido este crío?”, se preguntó a sí misma la madre, y empezó a recorrer las estancias de la casa en su busca. Hasta que, al entrar en el cuarto de costura y mirar a la ventana, se le heló la sangre en las venas. Acababa de descubrir a su hijo subido a la balaustrada del balcón con los brazos extendidos, balanceando el cuerpo de un lado a otro…
 
 

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LA RULETA

 
El jugador introdujo los fajos de billetes en el bolsillo de su abrigo, miro con una sonrisa de agradecimiento hacia el lugar de la ruleta en la que acababa de hacerse rico y salió de la casa de juegos. Miró a lo alto de la noche donde la luna relucía como una gran moneda recién acuñada y volvió a sonreír agradecido. Su coche esperaba aparcado dos manzanas de casas más abajo y decidió acercarse a él caminando, dando un paseo de triunfo como si fuera un general romano que acaba de conseguir una gran victoria. La sonrisa se le hizo grande en la boca como media corona de laurel. La calle estaba desierta. De repente a su espalda sonaron unos pasos. Ni se inmutó. “Otro paseante solitario como yo”, pensó; “pero indudablemente sin la misma suerte que yo”. Y se detuvo ante un escaparate a observar los artículos allí expuestos. Los pasos anteriores se pararon al llegar a su altura.
--¿Tiene fuego?—oyó que le preguntaba el recién llegado.
Sacó su encendedor para atender el favor solicitado y, a la luz de la llama, vio un rostro desconocido y a los pocos segundos encenderse el extremo del cigarrillo colocado en su boca.
--Muchas gracias—dijo el fumador echándose a andar un par de metros delante de él. Y enseguida se giró sobre sí mismo para apuntarle con una pistola tan pequeña que hubiera podido pasar por un juguete de crío--. Sé que lleva los bolsillos de su abrigo llenos de billetes. Sea buen chico y déme el dinero sin hacer ninguna tontería; en caso contrario, este chisme se encargará de enviarle al otro barrio.
Jamás antes se había visto en un trance así. Era de película. Y se envalentonó de tal modo que no estaba dispuesto a dejarse robar tan fácilmente y a volver sin más a la humillante condición de indigente en la que hasta hacía poco había malvivido. Así que hizo ver al atracador que aceptaba su consejo de darle el dinero y, antes de que tuviera tiempo de apretar el gatillo, le propinó con el canto de la mano un golpe terrible y justo en el cuello. El individuo cayó como un fardo al suelo. El jugador, sorprendido de su propia eficacia, se agachó junto al caído y, tras comprobar que había muerto, le quitó la pistola de la mano y la arrojó al interior de un contenedor cercano, mientras una idea morbosa cruzaba su mente.
Minutos más tarde volvía sobre sus pasos, entraba de nuevo en el casino y apostaba todo el dinero a un solo número. Y mientras giraba la ruleta de la suerte, la idea de haberse convertido además en un asesino ocasional giraba y giraba en el redondel de su cerebro.

 

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EL RAMITO DE ROMERO


El desterrado, momentos antes de dejar su tierra, recogió del monte un ramito de romero como único recuerdo de su vida en ella. Recorrió distintos y lejanos lugares del mundo y vivió andanzas y aventuras sin cuento; unas buenas y otras malas. Y cada noche, antes de entregarse al sueño, acordándose de su tierra, triste y nostálgico, le daba un beso a su ramito de romero. Hasta que un día, de viaje en alta mar, un fuerte huracán levantó olas tan enormes que engulleron el barco donde viajaba. Al cabo de unos días un pescador encontró sobre la arena de la playa de su isla un muerto; en una de sus crispadas manos retenía un ramito de romero.

 


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ESO ES IMAGINARSE DEMASIADO

 
Imagina que un día de pronto te despiertas, te destierras del lecho, te pones la camisa y avanzas hacia el agua para lavar tu risa, para lavar las sombras de tus manos abiertas. Imagina que luego desayunas deprisa, recoges tus papeles, abandonas las puertas que te son familiares, como el miedo o la brisa, y te pierdes despacio por las calles desiertas. Imagina que vuelves con la sangre cansada cuando el día se muere a tu amable morada, y durmiendo descubres que eres polvo y olvido. Imagina asimismo que tampoco te has muerto, que todo lo has soñado,  y que entonces, despierto, consideras la vida como un río vivido.”

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EL PRIMER OTOÑO DE BÉCQUER EN MADRID

Cuando Bécquer llegó a Madrid era otoño. Caían de los árboles hojas muertas como años, como ilusiones.
En un cuarto oscuro y pequeño de la calle de Hortaleza, el poeta descansa. Seis reales diarios le cuesta este silencio de pobreza, esta luz hipotecada, este cubo de cinc donde lava sus inquietudes para convertirlas en sueños. Madrid es una montaña lírica inexpugnable para Bécquer. Las Rimas, como piedras de Sísifo, rodarán cuesta abajo como impotentes lágrimas. Y el poeta no encontrará un cadáver, como encontró Zorrilla, a quien cantar con sus versos de campanas. Su corazón, alimentado por la niebla, en vano soñará entre dos pulmones deshechos por la tisis.
Poco más que eso será Madrid para Bécquer, que viajó con un arca de ilusiones desde su dorado y arcádico Betis. El dolorido sentir de su retardado romanticismo, sus perdidas Ofelias y sus dibujados sepultureros se quedaron sin papel junto a la frágil orilla del caudaloso río de sus proyectos, junto a húmedos claustros y entre mellados dientes de castillos.
En vetustas ciudades como Soria o Toledo perseguirá infatigable la fama y la gloria que devendrán rayo de luna o mano etérea que pulsa los misterios musicales de una ojiva.
Sólo la paz de una estatua yacente de mujer, semialumbrada por la indecisa luz de una vela, le acercará sin miedo hasta el umbral de su anhelada muerte.
El camino vital de Bécquer estuvo siempre roto, fue siempre un otoño, como aquel primer otoño en que llegó a Madrid.

 

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COMO LA MADERA


El árbol poderoso, el callado señor del bosque enseña al hombre a cobijar al hombre como él lo hace con los pájaros, señores del aire. Enseña el destino de la lucha sin fatiga y el de la perseverante constancia, pues sabe salir valiente de los terribles combates con el viento, y crecer paulatina, incesantemente en altura y grosor. Enseña a obtener la sabiduría  con la paciencia y dedicación que llevan a cabo sus raíces respecto a los acuíferos y los ricos minerales subterráneos. Por ellos debemos darle las gracias por regalarnos la cuna que meció nuestros cuerpos durante los primeros tiempos de nuestra existencia. Por donarnos los mangos de las herramientas que hacen más llevaderos nuestras faenas. Por darnos las escaleras que permiten el acceso a nuestras viviendas. Por las puertas y ventanas que velan nuestras intimidades. Por las sillas que alivian nuestro cansancio. Por las mesas en que nos alimentamos. Por el armario que conserva ordenada la ropa que nos viste. Por los marcos que encuadran las fotografías de nuestros seres queridos. Por la leña que calienta nuestros crudos inviernos. Por la cama en que convalecemos de nuestras enfermedades y alimentamos nuestros sueños. Debemos finalmente darle las gracias por regalarnos este lápiz con que consignamos nuestro agradecimiento y también por el ataúd que un día acogerá nuestros pobres restos mortales.

 

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UN RAMO DE ROSAS ROJAS

El viejo sepulturero del Memorial Park Cementery todas las noches rodea la colina, fuma un cigarrillo y observa una zona determinada del camposanto. Y durante cuatro noches seguidas lleva viendo una luz azul que sale de la tumba sobre la que, misteriosamente, tres veces por semana, alguien deposita un ramo de rosas rojas.
Esta noche el viejo sepulturero del Memorial Park Cementery tiene ya encendido el cigarrillo y aspira el humo profundamente mientras clava su mirada en la tumba de la luz azul y las rosas rojas. De repente el humo tragado se le atraganta en el cuello antes de expulsarlo y tose violentamente. En breves instantes la luz azul se mueve hasta adoptar la forma esbelta de una mujer. Asombrado, a la vez que una curiosidad imparable nace en su mente, el viejo sepulturero echa a correr hacia la tumba, a la velocidad que le permiten sus viejas y cansadas piernas, para averiguar el origen de aquel fenómeno.
Pero cuando llega a la sepultura, la luz azul con forma de mujer ha desaparecido. Sobre la tierra que hay al pie aún quedan restos de luz azul recorriendo las letras de esta frase: “Yo no me suicidé.”
El viejo sepulturero asiente en silencio mientras lee la inscripción de la lápida: MARILYN MONROE  1926-1962. 

 

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JARCHA

Un canto primigenio comenzó a sonar un día en una calle de cualquier población cristiana en territorio árabe. En el canto una mujer enamorada expresaba el dolor que el desamor le causaba; esa mujer de sentimiento dolido se quejaba en su canto de la separación a la que le condenaba su amado.
A veces el canto hablaba de un corazón que se iba detrás del ser querido; era un canto que hablaba del habib, del amigo desdeñoso; un canto que hablaba de unos ojos, que antes eran alegres, ahora de tanto llorar a causa del desamor, se han vuelto tristes.
Y entonces con ese canto el sonido melancólico del idioma melancólico, recién nacido, flotaba en el viento con el olor de la albahaca y el geranio que en macetas coloreadas adornaban los alféizares de las ventanas y los muros encalados.
Y eso ocurrió en el territorio árabe de Córdoba, de Sevilla, de Granada. En el canto una cristiana enamorada expresaba dolientemente su infortunio amoroso. Y fue tan irresistible el impacto que causaron tanto la letra como la melodía de esos cantos, que los poetas árabes los incluyeron en sus propios poemas aljamiados del mismo modo como se engarzan las lujosas esmeraldas y las sortijas de oro para enriquecerlas aún más.
Así, el primer latido castellano se resolvió en llanto, en tristísimo queja, y la causa fue el amor, el sentimiento más ennoblecedor y humano de cuantos existen en el mundo. Este primer vagido castellano, resuelto en canto triste de amor, recibió el nombre de JARCHA.

 

martes, 15 de marzo de 2016

DICCIONARIO ANIMAL PARA USO HUMANO I

A

ABUBILLA  

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Irse como una abubilla

Expresión aplicada a la persona que tiene diarrea, deposiciones líquidas y abundantes. (Se decía a menudo entre el pueblo llano de mi infancia.)

Ha debido de sentarle mal algún alimento, porque se va como una abubilla.

Curiosidades: Su dieta y su fetidez deben haber sido de las razones por las que la abubilla se incluye en el Antiguo Testamento en la lista de aves no limpias (ver Levítico 11:19 y Deuteronomio 14:18).

Apestar como un  nido de abubilla

Expresión que se aplica al hecho de que una morada humana huele muy mal por falta de higiene, ventilación y limpieza.

La habitación trasera apesta como un nido de abubilla.

Curiosidades: Las abubillas suelen anidar en huecos de árboles viejos, cavidades de edificios, grietas entre las rocas y montones de piedras. Los nidos contienen copiosas cantidades de excrementos que huelen muy mal, cosa que sirve a sus habitantes de protección contra sus depredadores. Las abubillas hembras que anidan cuando son asustadas por intrusos producen secreciones oleosas pestilentes de una glándula situada en la base de la cola.