El 6 de agosto de 1791 Melchor Gaspar de Jovellanos (1744-1811),
tras haber caído en desgracia del poderoso Godoy, el máximo ministro de Carlos
IV, salió de su Gijón natal para estudiar las expectativas del consumo de
carbón en Asturias, las ferrerías e industrias metalúrgicas del litoral
cantábrico y las ventajas comerciales que gozaban las provincias vascas en
comparación con Asturias, vano pretexto de que se sirvió el valido para alejar
al excelente ensayista de la Corte. Tenía cuarenta y siete años.
El viaje lo realizó unas veces a caballo, a través del
campo o por caminos vecinales, y otras, las menos, en diligencia cuando tomaba
el camino real, que, sin embargo, le causó parecidas inconveniencias. Por
ejemplo, la vez que tomó una en Vitoria; no había llegado todavía a Briviesca,
cuando la diligencia volcó y dio con el cuerpo de Jovellanos en tierra, a
resultas de lo cual las contusiones que sufrió en el accidente le duraron
varios días. Y otra vez, haciendo una excursión por la ría de Bilbao, descubrió
que la falúa en la que navegaba pertenecía a la Santa Inquisición, por la que
sentía verdadera inquina.
Todos estos pormenores los iba apuntando en un Diario, así como los que tenían que ver
con las comidas y las siestas que echaba para ayudar a hacer la digestión, como
la suculenta de Éibar, compuesta de asado, calamares, anguilas, truchas,
magras, guisado y frutas (sin comentarios). O con las posadas que alquilaba
para pasar la noche, como la de Loyola, de la que escribe pestes, incluida la
que habla del martirio que sufrió de las chinches de la cama o los granos e
infecciones intestinales que le causaron las comidas y las bebida, mal que
logró remediar a medias con dietas a base de agua y limón.
A veces también introduce en su Diario apuntes sobre el aseo y vestidura de los habitantes de
Guipúzcoa, que no le parecen tan limpios como los vizcaínos; de estos últimos
escribe que los hombres visten camisas bien limpias, calzón de lienzo o de
paño, justillo atacado sin mangas de bayeta o estameña y en la cabeza sobrero o
montera achatada en lo alto.
De cualquier forma, lo más importante que vivió
Jovellanos durante este viaje obligado al País Vasco fueron los repetidos
encuentros con los primeros refugiados de la Revolución Francesa,
que o bien abarrotaban las posadas cercanas a la frontera o eran acogidos en
casas particulares de vascos hospitalarios. Desde el 20 de junio anterior,
momento en que Luis XVI había huido para evitar que su cabeza rodara bajo la
cuchilla de la guillotina, los franceses que habían imitado a su Rey, empezaron
a recorrer las posadas del País Vasco, que en seguida se vieron incapaces de
acoger a todos. Pues bien, Jovellanos durante ese viaje empezó a encontrar
franceses en las fondas de Bilbao y apuntó diversas opiniones de unos y otros;
sin embargo, no tomó partido por ninguno de ellos; se limitó a registrar lo que
oía y veía objetivamente, demostrando con ello su visión de ensayista imparcial
y respetuoso con las políticas internacionales.
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