Cuando le preguntaban a Mariano José de Larra si
conocía Navarra, siempre contestaba algo parecido a lo siguiente:
-- Sí, tengo ese honor. Fue en dos ocasiones muy
distintas y separadas por el tiempo, si bien estuvieron ambas ocasiones
marcadas por circunstancias ajenas a mí. Una ocurrió en 1813, cuando yo tenía
cuatro años; entonces mi padre, médico enciclopedista y afrancesado que servía
a las tropas de los franceses que invadieron España, cuando éstos fueron
derrotados por el ejército español, mi padre se vio obligado a llevarnos con él
a Francia atravesando los Pirineos por Elizondo y el valle del Baztán. Me
eduqué en un colegio de Burdeos y con la amnistía de 1818 pudimos regresar a
España, donde seguí mis estudios en el Real Colegio de Esculapios de San
Antonio Abad, de Madrid. Y estando aquí, las circunstancias políticas que vivía
mi padre nos obligó a toda la familia a trasladarnos a Valladolid y de aquí a
Corella, población Navarra de la que conservo pocos recuerdos. Mi padre quería
olvidar su pasado bonapartista y dejar que corriera el tiempo en su estancia
pueblerina hasta que se apaciguaran los enconos políticos y pudiera regresar a la Corte a ejercer libremente
su profesión sin que corriéramos peligro ningún miembro de la familia. Corría
el año 1823. Tras pocos meses de estar en Corella, contando yo catorce años de
edad, mi familia regresó en pleno a Madrid. De todos modos, siempre he guardado buena memoria de
Navarra, y en algunos de mis escritos menciono algunos lugares de esa tierra;
por ejemplo el de Peralta, a raíz de su excelente vino, en mi letrilla Copa, amigos, copa:
“…Estamos
aquí:
Rueden las botellas,
viértase el Peralta:
la copa más alta
y ancha dadme a mí.
Copa, amigos, copa.”
Y en la oda A la
exposición primera de las artes españolas me acuerdo del hombre navarro y
su fidelidad junto con las virtudes de otras regiones españolas:
“…el catalán constante,
el noble castellano, el fiel navarro,
el fuerte aragonés, y astur fornido…”
También aludo a Navarra y su capital Pamplona en mi
drama histórico El conde Fernán González
y la exención de Castilla. Y en algún artículo hago alusiones a las guerras
carlistas de Navarra; sirva como ejemplo el que titulé El ministerio de Mendizábal, a raíz del folleto escrito por el
poeta Espronceda, del que extraigo las siguientes líneas:
"El
escritor, por último, se esfuerza en hacer comprender que la
guerra misma de Navarra es, más que hija del fanatismo, un
efecto de lo poco o nada que se ha tratado de interesar al pueblo
en la causa de la libertad: hágansele palpar las mejoras del
sistema de que somos partidarios, vea él su bienestar en la
causa que defendemos, y el pueblo será nuestro en todas
partes.
Pero ¿cómo se quiere lograr este fin no viendo
más termómetro del público bienestar que el
alza o baja de los fondos en la Bolsa, en cuyo movimiento
sólo se interesan veinte jugadores, y que el labrador no
entiende, ni plegue al cielo que lo entienda nunca?
¿Cómo se le quiere interesar trasladando los bienes
nacionales, inmenso recurso para el Estado, de las manos muertas
que les poseían, a manos de unos cuantos comerciantes,
resultado inevitable de la manera de venderlos adoptada por el
Ministerio?
Pero las propias palabras del folleto nos parecen más
enérgicas que las que nosotros pudiéramos emplear.
«¿Cómo se atreve el Gobierno -dice- a disponer
de los bienes del Estado en favor de los acreedores sin pensar
aliviar con ellos la condición de los pobres?"
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