lunes, 16 de febrero de 2015

LARRA Y NAVARRA




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Cuando le preguntaban a Mariano José de Larra si conocía Navarra, siempre contestaba algo parecido a lo siguiente:
-- Sí, tengo ese honor. Fue en dos ocasiones muy distintas y separadas por el tiempo, si bien estuvieron ambas ocasiones marcadas por circunstancias ajenas a mí. Una ocurrió en 1813, cuando yo tenía cuatro años; entonces mi padre, médico enciclopedista y afrancesado que servía a las tropas de los franceses que invadieron España, cuando éstos fueron derrotados por el ejército español, mi padre se vio obligado a llevarnos con él a Francia atravesando los Pirineos por Elizondo y el valle del Baztán. Me eduqué en un colegio de Burdeos y con la amnistía de 1818 pudimos regresar a España, donde seguí mis estudios en el Real Colegio de Esculapios de San Antonio Abad, de Madrid. Y estando aquí, las circunstancias políticas que vivía mi padre nos obligó a toda la familia a trasladarnos a Valladolid y de aquí a Corella, población Navarra de la que conservo pocos recuerdos. Mi padre quería olvidar su pasado bonapartista y dejar que corriera el tiempo en su estancia pueblerina hasta que se apaciguaran los enconos políticos y pudiera regresar a la Corte a ejercer libremente su profesión sin que corriéramos peligro ningún miembro de la familia. Corría el año 1823. Tras pocos meses de estar en Corella, contando yo catorce años de edad, mi familia regresó en pleno a Madrid. De todos modos, siempre he guardado buena memoria de Navarra, y en algunos de mis escritos menciono algunos lugares de esa tierra; por ejemplo el de Peralta, a raíz de su excelente vino, en mi letrilla Copa, amigos, copa:
     “…Estamos aquí:
Rueden las botellas,
viértase el Peralta:
la copa más alta
y ancha dadme a mí.
Copa, amigos, copa.”
Y en la oda A la exposición primera de las artes españolas me acuerdo del hombre navarro y su fidelidad junto con las virtudes de otras regiones españolas:
“…el catalán constante,
el noble castellano, el fiel navarro,
el fuerte aragonés, y astur fornido…”
También aludo a Navarra y su capital Pamplona en mi drama histórico El conde Fernán González y la exención de Castilla. Y en algún artículo hago alusiones a las guerras carlistas de Navarra; sirva como ejemplo el que titulé El ministerio de Mendizábal, a raíz del folleto escrito por el poeta Espronceda, del que extraigo las siguientes líneas:
"El escritor, por último, se esfuerza en hacer comprender que la guerra misma de Navarra es, más que hija del fanatismo, un efecto de lo poco o nada que se ha tratado de interesar al pueblo en la causa de la libertad: hágansele palpar las mejoras del sistema de que somos partidarios, vea él su bienestar en la causa que defendemos, y el pueblo será nuestro en todas partes.
Pero ¿cómo se quiere lograr este fin no viendo más termómetro del público bienestar que el alza o baja de los fondos en la Bolsa, en cuyo movimiento sólo se interesan veinte jugadores, y que el labrador no entiende, ni plegue al cielo que lo entienda nunca? ¿Cómo se le quiere interesar trasladando los bienes nacionales, inmenso recurso para el Estado, de las manos muertas que les poseían, a manos de unos cuantos comerciantes, resultado inevitable de la manera de venderlos adoptada por el Ministerio?
Pero las propias palabras del folleto nos parecen más enérgicas que las que nosotros pudiéramos emplear. «¿Cómo se atreve el Gobierno -dice- a disponer de los bienes del Estado en favor de los acreedores sin pensar aliviar con ellos la condición de los pobres?"

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