Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) se abrió paso en Madrid como periodista antes que como poeta. En la Corte en uno de estos periódicos, El Correo de la Moda, conoció al poeta vasco Antonio de Trueba (1819-1889), colaborador también del periódico, el cual le hablaba continuamente de su país y sus bellezas naturales, y lo hizo con tanto entusiasmo que Bécquer se vio impulsado a visitar aquella región. Varios viajes realizó el autor de las Rimas allí. Una de ellos fue con motivo de la inauguración del ferrocarril del Norte de España, que tuvo lugar en San Sebastián el 15 de agosto de 1864. Bécquer acompañó a las autoridades para escribir una crónica sobre el evento titulada Caso de ablativo (en, con, por, de, sobre la inauguración de la línea completa del ferrocarril del Norte de España). En uno de los apartados, De Olazagoitia a Besáin compara el paisaje vasco con una caja de juguetes alemanes o suizos que muestran “un mundo de animalitos, casas, árboles, peñas, figuras de aldeanas, con sus trajes azules, amarillos y rojos, mezclado y confundido… sobre una capa de musgo”. En otro periódico, La ilustración de Madrid, Bécquer dedicó varios artículos al País Vasco, como Los aldeanos del valle de Loyola, El pescador, tipo vascongado de la costa o La fiesta de los ciegos, entre otros.
(El dibujo es de Valeriano Bécquer, hermano del poeta)
Y esto escribió el autor de las Rimas sobre El pescador:
"No teniendo otros recursos que los que les ofrece la vida de mar, casi todos los hombres de estas pequeñas poblaciones sirven en su juventud en los buques mercantes, hasta que más tarde los que han podido reunir alguna fortuna se hacen capitanes por cuenta propia y los que menos, o se retiran del todo de la carrera de América para dedicarse en su costa natal al tráfico de la pesquería o aprovechan los intervalos de sus viajes sirviendo, accidentalmente, a las órdenes de estos pescadores de oficio."
El autor de las Leyendas también visitó Navarra, donde no sólo escribió notas y artículos sobre Roncesvalles, Fitero, el Castillo de Olite y otros lugares navarros, sino también cartas, como la Primera de la colección Cartas desde mi celda, escritas desde el monasterio de Veruela, adonde había ido a curarse de su eterna dolencia pulmonar, y en la cual nos relata, entre otras cosas, su viaje en tren hasta Tudela y la llegada a esta rica población navarra antes de reanudar el viaje en coche de mulas:
"Tudela es un pueblo grande, con ínfulas de ciudad, y el parador adonde me condujo mi guía, una posada con ribetes de fonda. Sentéme y almorcé; por fortuna, si el almuerzo no fue gran cosa, la mesa y el servicio estaban limpios. Hagamos esta justicia a la navarra que se encuentra al frente del establecimiento. Aún no había tomado los postres, cuando el campanillero de las colleras, los chasquidos del látigo y las voces del zagal que enganchaba las mulas me anunciaron que el coche de Tarazona iba a salir muy pronto."
Y también algunas de sus más conocidas leyendas, como El Miserere, La cueva de la Mora o la Fe salva, escritas todas en el balneario de Fitero, donde, internado por motivos de salud, permaneció el mayor periodo de tiempo transcurrido en Navarra. Allí conoció a una mujer culta y sensible que también había acudido al balneario para curarse de una enfermedad crónica y con la que pasó buenos ratos hablando de literatura y de arte y realizó varias excursiones por los alrededores. Durante una de ellas ambos pacientes exploraron las ruinas de un viejo monasterio que al poeta le inspiraron la leyenda El Miserere, donde se imaginó a los monjes muertos saliendo de sus tumbas para pedir misericordia al Creador por sus antiguos pecados. En otra excursión descubrieron lo que quedaba de un castillo árabe y, mientras admiraban las ruinas, se encontraron a unos lugareños que les contaron la leyenda que sobre el castillo existía, según la cual una mora sacrificó su vida por saciar la sed de un prisionero cristiano, leyenda que Bécquer transformó en La cueva de la mora. Finalmente, esa mujer culta y sensible y enferma como el poeta en el balneario y compañera de charlas y excursiones, le contará la historia de La fe salva, en la que ella es la protagonista, y de la que extraemos el siguiente fragmento:
"Una tarde, visitando una vez más el viejo monasterio, nuestra conversación fue descubriendo, podo a poco, los íntimos anhelos, las ansias secretas de nuestras almas, y, sin darse cuenta, como obedeciendo a una oculta fatalidad, empezó a contarme la historia de su vida; una historia triste, humedecida por las lágrimas, llena de renunciaciones, de sueños rotos, de dolor. Historia que hoy traslada mi pluma a la blanca virginidad de las cuartillas."
Y esto escribió el autor de las Rimas sobre El pescador:
"No teniendo otros recursos que los que les ofrece la vida de mar, casi todos los hombres de estas pequeñas poblaciones sirven en su juventud en los buques mercantes, hasta que más tarde los que han podido reunir alguna fortuna se hacen capitanes por cuenta propia y los que menos, o se retiran del todo de la carrera de América para dedicarse en su costa natal al tráfico de la pesquería o aprovechan los intervalos de sus viajes sirviendo, accidentalmente, a las órdenes de estos pescadores de oficio."
El autor de las Leyendas también visitó Navarra, donde no sólo escribió notas y artículos sobre Roncesvalles, Fitero, el Castillo de Olite y otros lugares navarros, sino también cartas, como la Primera de la colección Cartas desde mi celda, escritas desde el monasterio de Veruela, adonde había ido a curarse de su eterna dolencia pulmonar, y en la cual nos relata, entre otras cosas, su viaje en tren hasta Tudela y la llegada a esta rica población navarra antes de reanudar el viaje en coche de mulas:
"Tudela es un pueblo grande, con ínfulas de ciudad, y el parador adonde me condujo mi guía, una posada con ribetes de fonda. Sentéme y almorcé; por fortuna, si el almuerzo no fue gran cosa, la mesa y el servicio estaban limpios. Hagamos esta justicia a la navarra que se encuentra al frente del establecimiento. Aún no había tomado los postres, cuando el campanillero de las colleras, los chasquidos del látigo y las voces del zagal que enganchaba las mulas me anunciaron que el coche de Tarazona iba a salir muy pronto."
Y también algunas de sus más conocidas leyendas, como El Miserere, La cueva de la Mora o la Fe salva, escritas todas en el balneario de Fitero, donde, internado por motivos de salud, permaneció el mayor periodo de tiempo transcurrido en Navarra. Allí conoció a una mujer culta y sensible que también había acudido al balneario para curarse de una enfermedad crónica y con la que pasó buenos ratos hablando de literatura y de arte y realizó varias excursiones por los alrededores. Durante una de ellas ambos pacientes exploraron las ruinas de un viejo monasterio que al poeta le inspiraron la leyenda El Miserere, donde se imaginó a los monjes muertos saliendo de sus tumbas para pedir misericordia al Creador por sus antiguos pecados. En otra excursión descubrieron lo que quedaba de un castillo árabe y, mientras admiraban las ruinas, se encontraron a unos lugareños que les contaron la leyenda que sobre el castillo existía, según la cual una mora sacrificó su vida por saciar la sed de un prisionero cristiano, leyenda que Bécquer transformó en La cueva de la mora. Finalmente, esa mujer culta y sensible y enferma como el poeta en el balneario y compañera de charlas y excursiones, le contará la historia de La fe salva, en la que ella es la protagonista, y de la que extraemos el siguiente fragmento:
"Una tarde, visitando una vez más el viejo monasterio, nuestra conversación fue descubriendo, podo a poco, los íntimos anhelos, las ansias secretas de nuestras almas, y, sin darse cuenta, como obedeciendo a una oculta fatalidad, empezó a contarme la historia de su vida; una historia triste, humedecida por las lágrimas, llena de renunciaciones, de sueños rotos, de dolor. Historia que hoy traslada mi pluma a la blanca virginidad de las cuartillas."
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