jueves, 23 de abril de 2015

JUAN GOYTISOLO EN EL DÍA DEL LIBRO



 Resultado de imagen de jUAN GOYTISOLO

Hoy es el Día del Libro, fecha ideal para acercarnos al mundo de la literatura simplemente leyendo un libro, no comprando un libro. Comprar un libro está bien porque es el punto de partida para lo que viene luego: la placentera soledad de abrirlo y meterse en el mundo íntimo del que habla su autor. Hablar de libros tampoco está mal, siempre que se hayan leído antes, claro. Hoy tenía que estar en Barcelona, en el puesto de la Editorial para poder firmar ejemplares de mi poemario ESTOS OCTUBRES. A mi no me importa que no me lean a mí; lo que quiero es que la gente comparta el mundo de los autores, quienes quieran que sean, leyendo sus libros. Leer amplía la libertad y la humildad, que tanta falta nos hacen una y otra, especialmente la última. A lo que iba, hoy tenía que estar firmando libros en Barcelona, pero otros menesteres menos trascendentales me impiden hacerlo. Me conformaré con darme un paseo esta tarde por mi ciudad hasta los puestos de libros y adquirir alguno para leerlo. Debo decir que para mí no hay un solo Día del Libro: todos los días del año son Día del Libro; rara es la jornada que no me encuentre con un libro en las manos.
Otra cosa. Hoy se entregará el Premio Cervantes al novelista Juan Goytisolo (Barcelona, 1931). No es que sea un autor que me atraiga demasiado (más lo hacía sin duda su hermano el poeta José Agustín, muerto ya hace unos años y autor entre otros del hermoso poema Palabras para Julia : “Tú no puedes volver atrás/ porque la vida ya te empuja/ como un aullido interminable. / Hija mía es mejor vivir /con la alegría de los hombres / que llorar ante el muro ciego. / Te sentirás acorralada, / te sentirás perdida o sola…”). Pero hoy toca hablar del autor de las novelas Duelo en el paraíso, Señas de identidad o Las virtudes del pájaro solitario, entre otras, por ser el ganador del último Premio Cervantes y estar a punto de recogerlo de manos del Rey. Y para ello no encuentro nada mejor que incluir aquí un fragmento de Señas de identidad, como muestra de respeto hacia el flamante ganador del Cervantes:
“Idea primera y casi obligada de los españoles recién desembarcados en el café de madame Berger, con la cabeza llena de ilusiones y proyectos y el polvo de la Península pegado aún a la suela de sus zapatos, era la creación de una Agrupación Nacional de Intelectuales en el Exilio, objetivo ambicioso y lejano cuya primera etapa debía consistir en la publicación y difusión de una revista de confrontación y diálogo, abierta a las corrientes políticas, intelectuales y artísticas del mundo moderno. Desde su llegada a París, Álvaro había asistido a una docena y pico de sesiones previas, discutido durante veladas interminables el título, formato, consejo de redacción, presupuesto y colaboraciones, roto viejas amistades, intervenido en brutales exclusiones, redactado borradores y presentaciones que se habían acumulado poco a poco en los cajones de su escritorio traspapelados entre los rimeros de cartas familiares, recortes de periódicos e inútiles guiones de jamás realizadas películas. Pintores cuyo único timbre de gloria estribaba en ser primos de Tapies, profesores vetustos a sueldo de pluma académica y nula, músicos que proclamaban su heroica de- cisión de no escribir una sola nota hasta la caída del Régimen, toda una extraña fauna de crustáceos amparados en sus dogmas como guerreros medievales en articulada y brillante armadura, se reunían en el café de madame Berger para discutir, criticar, desmenuzar, debatir, pronunciar anatemas feroces y redactar cartas de injuria, aquejados de una megalomanía incurable y una violenta indigestión de lecturas que se traducían, de ordinario, en el empleo de fórmulas marxistas desvalorizadas por sus múltiples y contradictorios usos o de frases invariablemente comenzadas por la primera persona del singular.
Todo candidato a director futuro del futuro parlamento de la futura España desplegaba en estas ocasiones una dilatada elocuencia, remachando las palabras como si fueran clavos _«acciones», «luchas», «masas», «desarrollo», «oligarquía», «monopolios», «recrudecimiento», «avance»_ y, arrastrado por su propia oratoria _aprendida de otros como el Padrenuestro y repetida con saña por él_, enunciaba dog- mas sonoros y rotundos, frases solemnes y teatrales que milagrosa mente crecían como flores japonesas, se enroscaban de pronto lo mismo que boas, trepaban luego igual que bejucos y, a punto de morir ya por consunción, se escurrían aún como flexibles y ágiles enredaderas, como si nunca, pensaba Álvaro, pero que nunca, pudieran tener un final.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario